Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

miércoles, 18 de agosto de 2010

IUS VII

Tres largas jornadas de viaje y aún no hemos alcanzado los territorios del sur. Soy Pablo, escribano de un monasterio modesto, situado en el este de un país gobernado por una reina que todos temen. Y mi mala fortuna quiso que observara por la ventana de mi escritorio un incidente que ha cambiado mi vida por completo. A veces creo que esta aire que respiro va a ahogarme por completo. Jamás había imaginado salir del monasterio y era relativamente feliz viviendo a través de los libros un mundo que permanecía oculto a mis ojos. Mi vista se agudiza, mis sentidos se llenan de miles de imágenes y sonidos que me colman y saturan. Y mi compañero de viaje me permite disfrutar de la intimidad de este encuentro con la vida.
Bernardo, el confesor de la reina, su mano derecha, me sigue sin apenas hablar conmigo. No hemos cruzado más de diez palabras y sus ojos astutos ocultan un secreto que cada vez me intriga más. En el palacio de la reina, ese palacio robusto e infranqueable, he dejado a Anselmo y Clara. La reina espera mi llegada con un hombre capaz de descifrar el código que la muchacha lleva tatuado en su hombro derecho. Pero no sé si seré capaz de encontrarlo.
Apenas tenía diez años cuando salí de mi aldea para dirigirme al convento. Julián, el trenzador, era un hombre al que todos admirábamos. Luchaba sin cesar para conseguir más privilegios para nuestra pequeña aldea, sometida al señor feudal de turno. Luchaba sin tregua para abrirnos paso hacia una libertad que ninguno conocíamos y como sucede en la mayoría de los casos, la inseguridad de perder lo que se tiene lo hacía pasar por loco. Pero David, su hijo, fue mi íntimo amigo durante todo el tiempo que viví en aquella aldea y estoy seguro de que le reconocería sin lugar a dudas. Julián, el trenzador, partió a luchar para mantener una fe en la que él mismo ni siquiera creía, pero lo hizo para mantener a salvo a su familia. Y regresó de esas guerras hablando de prodigios que acrecentaron su fama de chiflado.
No espero hallar a nadie de mi familia, mi tío consiguió que me ingresaran en el monasterio poco después de que mis padres muriesen aquejados por una enfermedad que acabó con la mitad de las almas de aquella aldea.
Perdido en mis meditaciones, no soy consciente de que dos caballos se aproximan hacia nosotros a gran velocidad. Bernardo se acerca y me obliga a parar.
-Vamos, no nos harán nada, llevo la insignia de la reina -Bernardo me muestra su cuello. De él pende un medallón de oro con una forma similar a la de un anillo, pero con varias filigranas grabadas.
- Si lo que dicen es cierto, Bernardo, espero que no sean rebeldes de las tierras del sur. Los rumores han traspasado las tierras y han llegado al monasterio. El sur se rebela contra la reina y las aldeas piden su libertad. Ya hay villas que no se someten al dominio antojadizo de los grandes señores - se libra una batalla por la libertad. Y ese clamor se extiende con tanta fuerza que al comentarlo ante la reina pude comprender su miedo.
- Tú calla, fraile. El poder de la reina no conoce límites y quién no se someta a él corre el riesgo de ... - Bernardo cae del caballo. Los dos jinetes nos han alcanzado y la yegua negra de Bernardo lo lanza con relativa facilidad. No puedo evitar sonreír al verle tumbado en el suelo.
- ¡Alto! ¿Quienes sois y a dónde vais? - miro la pobre silueta de Bernardo tratando de incorporarse del suelo y contesto sin vacilar.
- Soy Pablo y por mis hábitos habréis supuesto que soy un hombre de Dios. Y .. él, él es Bernardo, consejero de la reina. Nos dirigimos a las tierras del sur pues debemos encontrar a un hombre que debe prestar un servicio a la reina....
Ja! - miro a los dos hombres con detenimiento. Van armados, deben ser soldados a juzgar por sus vestimentas. El más alto de ellos lleva el pelo largo y recogido, su cara está cubierta de determinación. El otro lleva el pelo muy corto y luce un pendiente en su oreja izquierda. Es un hombre fornido y el color de sus ojos es incierto. Su mirada me traspasa, el primer hombre me mira con indiferencia. El de pelo corto es el que me ha hablado -Yo soy Carlos y he servido a la reina durante más de diez años. Este es mi compañero, Gonzalo, también al servicio de su majestad hasta que nuestro acuartelamiento se deshizo. Ahora no tenemos señor a quién servir y francamente, tampoco lo buscamos.
-El sur es un territorio peligroso, no lograréis llegar - Gonzalo, el más alto, cruza sus manos con desidia y nos mira con cierta soberbia.
- Pues vosotros nos guiaréis -Bernardo ha conseguido doblegar a su yegua y vuelve a estar a nuestra altura.
- Ya te hemos dicho que no servimos a nadie -Gonzalo lo mira, la conversación comienza a ser tensa.
-No, no tenemos señor -Carlos mira a Bernardo y se lleva la mano a la cintura. Es cuando me fijo en la magnífica espada que porta.
- No tenéis señor, pero seguro que si tenéis precio ¿cuánto? - Bernardo los mira con aire de suficiencia y me doy cuenta de que ha ganado la primera batalla.
-Eso es otra cosa -Carlos se vuelve a su compañero -¿cuánto?
- No los guiaría hasta las tierras del sur por menos de dos bolsas repletas de oro -Gonzalo esboza una amplia sonrisa.
- No hay problema, las cobraréis en cuanto alcancemos de nuevo el castillo ... - Bernardo vuelve la cabeza con total seguridad, pero las palabras de Gonzalo lo dejan totalmente paralizado.
-Lo cobraremos ahora mismo. Dos bolsas de oro equivalen a la insignia que portas en el cuello, a tus anillos y a las monedas que puedas llevar encima. Jamás volveré al castillo, puedo asegurártelo ...
-No, no lo haremos. Se vive bien sin señor a quién rendir cuentas -Carlos termina la frase con una carcajada. Tras unos instantes de tensión, Bernando cede y comienza a despojarse de sus pertenencias.
-¡Lo pagaréis caro! -pero su reproche se pierde en los misterios de un bosque que nos invita a cruzar.... y antes de que nos demos cuentas, nuestros guías improvisados nos abren el camino.
Pero lo que nadie ve o presiente, es que varios pasos por detrás de nosotros nos sigue raudo un jinete montado sobre un hermoso caballo. El jinete viste por completo de negro y recorre el camino con la seguridad de quién ya lo ha hecho en varias ocasiones. Su capucha cae hacia atrás mostrando unos hermosos mechones de pelo rojizo... justo a su lado pasea un magnífico lobo de dimensiones colosales. Su hermoso pelaje gris y blanco le confiere unos tintes casi mágicos realzados por la luz de una luna roja.
- Buena chica, ¡sin ti no lo habría conseguido! -la mujer de pelo rojo baja del caballo con agilidad y tiende su mano hacia la loba que agacha la cabeza para recibir el tributo de la caricia. -Descansemos unos instantes y luego seguiremos nuestro camino. Les llevo mucha ventaja -la mujer se apoya contra un árbol - Te llevo a ti.

No hay comentarios: