Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

viernes, 13 de agosto de 2010

IUS II


Es la tercera vez que una sombra se cruza ante mis ojos. Pero no sabría decir que es. Apenas hago otra cosa que copiar libros y cuando salgo fuera mis ojos no se acostumbran a ver a medias o largas distancias. Me invade el olor de los excrementos de las gallinas y los cerdos, pero las nauseas que me provoca no me impide seguir avanzando hacia los establos.
Abro la puerta a pesar de que el miedo me atenaza. El silencio me recibe, un silencio denso. Solo tenemos cuatro caballos que nos permiten desplazarnos a las aldeas próximas. Cuatro caballos viejos que ahora se despiertan para recibirme. Mis ojos empiezan a acostumbrarse a la oscuridad, pero apenas percibo la sombra que dormita al final del establo. ¡Oh Dios misericordioso! Espero que perdones mi osadía, espero que en tu juicio tengas en cuenta que obro para defendernos en caso de necesidad. La sombra se revuelve y la mujer se levanta. Anselmo le ha dado un hábito de monje, pero aún así me sigue pareciendo minúscula. Su cuerpo se pega contra la pared y a medida que avanzo noto que el miedo se apodera de ella. Está limpia, su cara sigue cubierta de un sudor extraño, un sudor que indica que está enferma, pero vista desde cerca ya no me parece una bestia. Sus ojos son grandes y oscuros y lleva el pelo recogido. Me llama la atención la suavidad de las formas de su cara…
- ¿Hermano? –la voz de Anselmo hace que toda la sangre de mi cuerpo se paralice. Tardo unos instantes en darme la vuelta y quitarme la capucha que me cubre. Es inútil demorar el momento -¡Pablo! ¿Qué haces aquí? Indiqué expresamente que nadie debía entrar en el establo.
- Ya. Y mentiste –le miro y la miro a ella –La vi llegar en el carro y observé como la metías en el establo. Lo que no puedo imaginar es la razón por la que nos has mentido, hermano –soy consciente de que Anselmo es mi superior y jamás osaría hablarle en estos términos. Pero por encima de él está la orden y por encima de la orden los mandatos divinos, que son claros.
- Hermano, era absolutamente imprescindible. Nadie debe… nadie puede saber que ella está aquí –la mujer nos observa. Anselmo se aproxima a mí.
- Pues yo lo sé –Miro a Anselmo con una mezcla de soberbia. Me siento poderoso.
- Ya lo veo, hermano y eso es un gran problema –me mira. Se toca su barba rojiza y esboza una mueca de disgusto. Súbitamente su rostro cambia de expresión e intuyo la típica sonrisa que presagia una de sus ideas – O no. Mañana partes de viaje, hermano.
- ¿Yo? – le miro estupefacto – Anselmo, desde que llegué a este convento hace quince años ¡jamás he traspasado sus muros!
- Tranquilízate, no irás solo. Ella irá contigo –mira a la mujer y me mira a mí. Se ríe - ¡Lo siento! ¡Si vieras la cara de pánico que has puesto….tú también te reirías!
- No pienso ir a ningún sitio y menos con esa… esa… -señalo a la figura que nos observa sin apenas moverse.
- Mujer –la mujer habla, su voz dulce y aguda invade todos mis sentidos. Noto un escalofrío en mi espalda – Soy una mujer, dilo. No creo que dios te condene por nombrarme. –Anselmo se ríe.
- Pablo, yo también voy con vosotros –Anselmo pone una mano sobre mi hombro y mi cuerpo vuelve a responderme – Es urgente que la llevemos ante la reina, es una orden. Y puedo asegurarte que no precisamente del obispo, el mandato viene de más arriba –miro la expresión severa de Anselmo y comprendo que no miente- ¡qué puedo hacer! He de cumplir lo que me ordenan, hermano y ahora tú también estás incluido en la expedición….
- No entiendo, Anselmo…
- Yo tampoco hermano, pero ¡Dios me libre de contravenir una orden tan directa! –Anselmo sonríe mientras me coge de los hombros.
- Se trata de una mujer, Anselmo, yo…
- No lo mires de esa manera. En realidad no es una mujer ¡es un mensaje! –Anselmo se ríe al decir estas palabras.
- ¡Anselmo, hermano, no estás en tu juicio! Es una mujer, una simple mujer, una …- pero antes de terminar mis palabras la mujer se baja con delicadeza el lado derecho de la túnica, mostrando a la noche la palidez de uno de sus hombros. Mis ojos, acostumbrados a ver de cerca no pueden evitar devolverme una imagen increíble: en su carne hay escritos unos símbolos extraños, negros. Obviamente deben ser palabras. Me acerco sin poder vencer la curiosidad de lo que mis ojos me están mostrando. Son símbolos extraños, ajenos a toda lengua que yo conozca o que haya copiado. Acerco mis dedos para rozar los símbolos, pero ella se cubre el hombro y me mira con sus enormes ojos oscuros. - ¡Dios, oh Dios!
- Entonces, decidido, partimos mañana mismo. Venga, Pablo, deja que descanse, nos espera un largo viaje y temo que ha padecido una dura enfermedad. –Anselmo me coge para irnos.- ¿Conoces esos símbolos?
- No –le respondo con avidez, deseoso de poder observar con más detenimiento el mensaje oculto que cobija el hombro de este ser - ¿Has pensado en la posibilidad de que tal vez sea una…..
- ¿Bruja? –la mujer se ríe y me responde – No, hermano, no soy una bruja. Incluso tengo nombre cristiano: Clara.
- ¿Ves? ¡No hay que temer! Tú siempre tan pesimista, Pablo. Vamos, vamos. ¡Hay tanto que hacer!- Miro por última vez a la mujer y sigo a Anselmo fuera del establo.
- Presiento una gran desgracia –mi voz provoca una nueva carcajada en Anselmo, que abre la puerta del establo. Su risa se corta en seco, su semblante palidece y sus ojos perciben algo que los míos son incapaces de ver…
- ¡Dios nos asista, Pablo!- su mano aprieta con fuerza mi brazo izquierdo.
- ¿Qué pasa hermano?
- Pablo … ¡todos los animales han muerto!

1 comentario:

graficos_ant dijo...

guauuuuu, me encanta!! ¿que son esos simbolos? ¿ quien es ella? ¿es una señal, de qué?.......que interesante!!!!