Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

domingo, 11 de septiembre de 2011

EL LIENZO (parte II)

A través de mis manos, el lienzo de Marta cobra vida. He logrado captar esa mirada triste, perdida, profunda. Y dependiendo de la perspectiva en la que el espectador se sitúe, a veces parece que sonríe. Da la sensación de que el párpado que cobija esa tristeza infinita, va a levantarse para permitir que el ojo se llene de la luz que penetra desde el lado izquierdo del cuadro.

Sigo trabajando un rato más sobre el lienzo. Noto los dedos cansados, apenas puedo moverlos y me sorprendo cuando en el cuarto se hace la luz. Está amaneciendo. No es la primera vez que me ocurre, en más de una ocasión me he quedado en vela, dando vida a una de mis obras. Pero esto es diferente. Marta. A veces me parece observarla en el sofá rojo vino y noto esa punzada en el pecho que me atraviesa cuando ella clava sus ojos en mí. Creo que he conseguido la tonalidad justa del gris de su iris. Es ese gris, pero el brillo febril que consume su mirada no se refleja en mi creación y eso me enferma. Marta. Debo descansar pues ella llegará pronto y quiero concentrarme en todos los detalles de este nuevo día. Voy al cuarto de baño y me doy una ducha con agua fría. Casi no he terminado de vestirme y ella llama al timbre. Marta.


Abro la puerta y lo que veo me deja exhausto, sin aliento. Marta se apoya sin fuerzas en la pared. Trato de ayudarla a incorporarse, pero ella es más rápida. Esquiva mis brazos y penetra en el salón. Casi sin darme tiempo a reaccionar se quita el abrigo que cae al suelo y ella se sienta en el sofá, adoptando la misma postura del primer día. Piernas flexionadas y sus brazos delgados sobre ellas.


-No es necesario que continuemos hoy -la miro y aparto nervioso mi pelo de la cara. Aún está mojado.


-Si, si lo es -Marta apenas puede hablar. Su voz es susurro. Tose, está ahogada. Su piel está amoratada y húmeda. Debe estar empapada a causa del sudor y presiento que tiene mucha fiebre. - Debemos terminar hoy.


-Marta, en serio... no creo que sea buena idea. Puedo ir a tu casa y terminar allí, si lo prefieres. Cuando te encuentres mejor, cuando...


-Quiero que termines hoy -sus ojos grises se clavan en mis ojos negros y creo que se me va a parar el corazón -Debe ser hoy. Y María debe verlo mañana.


-¿María? Marta, no lo entiendo -aparta sus ojos de mí. Está enfadada y nerviosa. Le tiembla todo el cuerpo y cuando se da cuenta de que miro sus manos amoratadas, trata de cubrirlas con las mangas, pero es inútil.


-Este cuadro es para que mi hija me recuerde -parece tranquilizarse y mira hacia la ventana.


-Lo sé, lo sé -me coloco en mi puesto pues estoy seguro de que Marta no va a ceder en su empeño.


-Quiero que lo reciba mañana, debes entregárselo tú, pues es importante que conozca al autor de la obra -trata de sonreír. Voy a contestar, pero ella me ordena silencio con una mano y continúa hablando. Le cuesta respirar, su pecho se mueve violentamente- Mañana es 1 de octubre, un día importante para nosotras.


-¿Un cumpleaños? -trato de relajar su nerviosismo. Ella se ríe y tose. Cierro los ojos. Siento dolor, su dolor.


-Y un aniversario. Vamos, debes terminar el cuadro -hace un esfuerzo por controlar su respiración, pero no puede.


-Pero, aunque lo termine hoy.. ¡mañana no estará seco! -mi tono pretende ser desenfadado.


-No importa. Ya se secará.


Durante buena parte de la mañana, Marta no habla. Se concentra en mirar por la ventana. No puedo imaginar lo que le cuesta estar ahí sentada. Desea ese retrato con una fuerza que doblega todas mis dudas. El poder de su objetivo le permite seguir ahí, sentada, consumida por la fiebre, temblando de frío. A medida que avanza el día, su aspecto sigue marchitándose a pasos agigantados. Pero cada vez que le pregunto si quiere o necesita algo, su voz es firme:


- Solo quiero que termines mi retrato.


Y esa maldita fuerza que emana de su cuerpo roto, me obliga a continuar. Solo al llegar la tarde, parece relajarse y comienza a hablar:


-¡Verás que contenta se pone María! -su voz se serena- tiene fotos mías, pero estoy segura de que este cuadro le permitirá recordarme tal y como he sido. Se lo debo. Es lo menos que puedo hacer por mi pequeña -la emoción la embarga y calla. Marta me ha mostrado su mirada triste, perdida, enigmática, alegre, cansada... y ahora se llena de serenidad. Su mirada serena me atrapa y congela el tiempo que nos rodea. Todo me parece posible perdido en esos ojos que sin emitir palabra, me hablan, me alientan, me llenan de toda una vida que ya no sé si pertenece a Marta o es mía. Su conciencia parece adueñarse de mi cuerpo y a través de mis dedos le regalo mis sentidos a Marta y Marta habla en ese lienzo que hace tres días estaba vacío.


- ¿Te arrepientes de algo? -el sonido de mi voz me sorprende. No sé si quería preguntarle eso, pero las palabras han brotado de mi boca, como si fuesen una necesidad.


- De todo lo que no he hecho -Marta se ríe y tose. Trato de ir hacia ella, pero me retiene. Silencio.- ¿Quieres un consejo? -Asiento con la cabeza -Vive y así es probable que no necesites hacer un retrato para que la gente te recuerde.


-Marta, estoy seguro de que la gente te recuerda sin la necesidad de este retrato...-su voz áspera se cuela en mis sentidos. Ahora me invade el frío.


-De cualquier forma, este retrato se lo he prometido a mi hija. Ahora ya puedo irme en paz -me mira, sus ojos están tranquilos.


-Puede que...


-No. Para lo mío no hay remedio -se ríe - no te pongas triste -he dejado caer la paleta y ni siquiera me he enterado -estoy tranquila. Ahora estoy tranquila. Solo quiero pedirte una cosa más...


Me da la dirección de un hospital, para que lleve el retrato. "Debe ser mañana, mañana es 1 de octubre". Y un nombre: María Blanco Montero. Luego se levanta y observa el cuadro. No lo ha hecho estos dos días atrás, pero hoy lo hace. Se tapa la boca con la mano y noto su satisfacción y su gratitud. No puede hablar. El temblor de su cuerpo aumenta y comprendo que no le sale la voz del cuerpo. Pero me mira, me mira llena de agradecimiento y esa mirada me inunda por completo. Trato de ayudarla, pero me pide un vaso de agua. Voy a la cocina y cuando vuelvo al salón, Marta no está. Se ha ido. Salgo corriendo tras ella, descalzo. La busco como un loco durante varias horas. Me he cortado el pie con un cristal, la gente me mira. Supongo que no tardarán en llamar a la policía y decido volver a casa.


Me tranquilizo. Mañana he de cumplir mi promesa y entregar el cuadro a la pequeña María. Marta me ha dicho que tiene seis años. En realidad solo me importa su madre, Marta. Me curo el pie. El cansancio me vence. El sueño me invade y los ojos de Marta me acompañan llenándome por completo.


Cuando abro los ojos ya son las diez de la mañana. ¡Quería darle los últimos retoques al cuadro!... pero ya no será posible. Lo firmo como suelo hacerlo: R.A. Son las iniciales de mi apellido y mi nombre. Me ducho, me cambio de ropa. La herida del pie es un impedimento a la hora de calzarme, pero todo me da igual. Voy a ver a Marta. Quiero despedirme de ella. Necesito despedirme de ella. Pido un taxi y me dirijo al hospital. Pregunto por María Blanco Montero y me dirijo a la 4º planta, habitación 435. En el pasillo veo saltar a una niña. Una niña de unos seis años. Tiene el pelo largo, lacio y negro. A medida que me voy acercando el corazón se me acelera. Justo cuando la tengo a unos pasos, la niña se acerca y me mira con unos enormes ojos grises. Sin duda es María.


-¡Sara!- una voz de mujer a mis espaldas me deja paralizado. Me vuelvo. Es una mujer de unos cuarenta años. Es muy alta y el pelo lo lleva corto y es de un intenso tono rojizo. Viste pantalones vaqueros y los ojos son verdes. La piel es morena. -¿Le ha molestado mi hija?


-No... yo..-no sé que decir. La pequeña es idéntica a Marta. El pelo oscuro, los ojos grises. Esos ojos enigmáticos y enormes que reconocería en cualquier parte.


-¿Puedo ayudarle? -la mujer intuye mi desconcierto. Coge de la mano a la niña y espera mi respuesta.


-Busco a María Blanco Montero. Traigo esto para ella. Es un encargo -señalo el cuadro que llevo del revés para evitar que se ensucie.


-¡Ah! Entonces trae usted un regalo de cumpleaños -la mujer ríe. Su risa me recuerda a la de Marta y recuerdo sus palabras "un cumpleaños y un aniversario" - Y busca a mi abuela, María Blanco Montero. Hoy cumple noventa y siete años.


-¿Su abuela? No, no. Debe haber una confusión -apoyo el cuadro en el suelo y miro a la mujer.


-Que yo sepa es la única María Blanco Montero que hay en la planta. Yo soy Ana, su nieta -me tiende la mano y vuelve a reír - pero... ¡pase usted y hable con mi madre, está ahí, con ella! -la mujer me indica y pasa delante de mí. Me quedo quieto, petrificado. Sara, la niña pequeña que he confundido con María me tira de la manga de la sudadera. Bajo. Su mirada está llena de misterio.


-Será mejor que entres. Además, mi abuelita sabe contar buenas historias....


Entro en la habitación, Ana ya se ha encargado de anunciar mi visita y está descorriendo las cortinas. En la cama, semiacostada, yace una mujer muy anciana, con el pelo totalmente blanco y recogido en una trenza. A su lado, una mujer mayor, de unos setenta años. Acaba de cerrar un libro y me mira.


-¿Trae un regalo para mi madre? Ande... pase... permítame, yo soy Isabel, la hija de María -inclina la cabeza a modo de saludo. Todo me da vueltas, creo que me estoy mareando. Dejo el lienzo sobre el suelo y al hacerlo he debido girarlo, porque la mirada de Isabel se clava en el cuadro. Sus ojos parecen salirse de las órbitas y se tapa la boca para evitar un grito -¡Mamá, madre! ¡Ay, Ana hija, mira... mira! ¡Es mi abuela, es Marta! -creo que voy a desmayarme. Ana me acerca una silla. -¿Se puede saber quién es usted? -Isabel se ha recuperado y me mira con mucha curiosidad. Yo no sé ni qué decir.


-A...agua -acierto a balbucear. Ana corre rápida y me sirve un vaso de agua. Bebo. Tengo la garganta seca y el agua me permite hablar -Soy Alberto Román...


-¡No puede ser! ¿Usted es el nieto de Alejandro Román? ¡No puedo creerlo! -Isabel expresa su nerviosismo moviendo sus manos con gran rapidez. Sus ojos grisáceos están llenos de lágrimas, está muy emocionada. Es normal que todo el mundo conozca a mi familia. Mi abuelo, Alejandro Román fue un gran retratista. Mi padre no siguió sus pasos, pero yo heredé su pasión. Eso sí, no hago retratos, en parte para evitar las comparaciones. No me gustan. Con Marta he hecho una excepción.-


-¡Mamá! -la voz de la anciana María nos coge a todos por sorpresa. La mujer ha abierto los ojos. Esos inconfundibles ojos grises y mira llena de emoción el cuadro de su madre.


-¡No sabe usted la alegría que le ha dado! Bueno, que nos ha dado a todas.... -Isabel comienza a hablar. Presiento que Sara, la niña que confundí con María, tiene razón: va a ser una gran historia- Mi abuela, Marta, era una mujer bellísima pero no le gustaban las fotos, ni los retratos. Cuando se acercaba el sexto cumpleaños de su hija María, mi abuela Marta le preguntó a su hija que qué quería. Mi madre no dudó -Isabel mira a la anciana María- "quiero un retrato para recordarte" le dijo a su madre. Y mi abuela se puso en contacto con el afamado Alejandro Román, su abuelo, para que le pintase ese retrato.... quedaron para hacerlo el 29 de septiembre de 1920 pero.... -la voz de Isabel se quiebra.


-Cogió el coche, no tenía demasiada experiencia y ....se salió de la carretera precipitándose por un acantilado -Ana termina la historia en voz muy queda -murió ahogada -la imagen de la piel amoratada de Marta regresa a mi memoria. Un escalofrío me congela todo el cuerpo. Creo que voy a vomitar. -Ayer fue el aniversario de su muerte. ¡Lo siento! ¿Está usted bien?


-Si... si.


-¡Mamá! -es la voz de María. Está llena de alegría. Parece una niña.


-¡Le hacía tanta ilusión ese retrato! Lleva meses acordándose. Lo pasó muy mal cuando murió su madre. La familia trató de que su abuelo, el señor Román, pintase el retrato, pero al enterarse de las circunstancias del fallecimiento de mi abuela, no pudo. Pero mi madre lleva toda su vida esperando este retrato y ahora usted... ¡no sé cómo agradecérselo! Ahora podremos recordarla.


La voz de Isabel se aleja. Me pitan los oídos. Me quema el aire y quiero salir de esa habitación. Todo me da vueltas. Necesito andar.


Salgo sin ser consciente de si me hablan o no. Unas manos pequeñas frenan mi huida. Es Sara, la pequeña Sara. La niña que yo creía que era María. Me hace un gesto para que me agache. Esos ojos grises me tienen totalmente cautivado. Obedezco.


-Tienes que vivir, para que no haga falta un retrato para recordarte -me susurra estas palabras al oído. Voy a perder la razón. La miro. Me mira con esos hermosos ojos grises- Me ha pedido que te lo diga. Y que me despida de tí. Ella ,ya se ha ido.

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