Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

viernes, 9 de septiembre de 2011

EL LIENZO (parte I)

En una noche de este verano, entre vinos, copas y risas, surgió la posibilidad de grabar una historia. En cuanto Maribel me miró y dijo: "eso ella que es la que se inventa las historias", mi cabeza comenzó a volar. Y es que no lo puedo evitar, miro a las personas y les imagino una vida. La vida que me inspira una mirada, un gesto, una palabra... Es una noche de verano, entre vinos, copas y risas, lo que se dice suele caer en el olvido. Pero cuando se trata de crear yo no puedo evitar que esas "locuras" se instalen en mi cabeza y se hagan realidad...





Acabo de levantarme. Me dirijo al cuarto de baño y meto la cara bajo el grifo de agua helada. Ayer me acosté demasiado tarde tratando de poner un poco de orden. Miro la hora. Son las ocho y treintaicinco. Tengo algo menos de media hora para darme una ducha y vestirme. Tomo una taza de café frío para despejarme.

Justo cuando termino de ponerme la camiseta, suena el timbre. Miro el reloj. Son las ocho y cincuentaisiete. Me dirijo a la puerta y abro. Allí está ella. No me la imaginaba así.
Debe medir un metro setenta. Apenas me llega al hombro. Lleva una melena corta y su pelo es muy oscuro, casi negro. La piel es extremadamente blanca y las ojeras denotan que está cansada o enferma. Los ojos son grandes, de color verde grisáceo. Lleva un abrigo a cuadros grises y azules. Esperaba otro tipo de mujer. La típica mujer que encarga un cuadro a un pintor de cierto prestigio, es una mujer orgullosa de sí misma. Pero la mujer que yo tengo delante parece estar a punto de diluirse, de desaparecer.

- ¿Puedo entrar? - su voz es suave, casi como un susurro.
- Claro. Perdona... yo... -me he detenido demasiado tiempo en observarla.
- Estabas observándome. Supongo que es tu trabajo -trata de sonreír con la boca, pero sus ojos están tremendamente tristes. Pasa a mi lado, sin rozarme. No me ha tendido la mano ni ha hecho ademán de darme dos besos. Cierro la puerta. Ella avanza unos pasos y se queda quieta, esperando.
- Bueno, este es mi estudio - mi salón es espacioso y totalmente diáfano. Al fondo hay una enorme cristalera que me permite trabajar con luz. Ahora las cortinas están corridas. Justo en frente de la cristalera y al otro extremo, hay una pequeña cocina con una barra que divide levemente el espacio. Solo el cuarto de baño y mi habitación están separados de mi salón-estudio-cocina. Cuando llegué no era así, pero hice que tirasen todos los tabiques. Necesitaba el espacio para no sentirme enjaulado.
- Y tu casa - me contesta sin darse la vuelta. Se desabrocha el abrigo. Lleva un vestido negro, por encima de la rodilla, lo suficientemente ceñido para acentuar su delgadez. Los zapatos son planos, negros, sencillos. Se dirige al sofá, uno de los pocos muebles que permito en mi casa. Es de color vino. Sobre él deja el abrigo y se sienta - ¿empezamos?
- Bueno -trato de sonreír, pero estoy demasiado sorprendido como para hacerlo de manera natural -primero necesito saber qué es lo que quieres exactamente, por teléfono no me ha quedado muy claro.
- Quiero que me pintes - su respuesta es rápida y contundente. Lleva dos meses asediándome con la misma petición. Las llamadas comenzaron a principios de agosto. Siempre traté de explicarle que yo no hacía retratos, que yo me dedicada a otro tipo de pintura y sobre todo que no trabajaba por encargo. No me ha gustado nunca y por suerte jamás he necesitado hacerlo... pero fue inútil. A mediados de septiembre pensé que iba a volverme loco y soñaba con esa voz que me susurraba "quiero que me pintes, tienes que ser tú". Al final me decidí a aceptar el encargo, seguro que de otra manera esa mujer no me dejaría en paz. Me dijo que se llamaba Marta. No pactamos condiciones y yo esperaba hacerlo antes de comenzar a trabajar.
- Marta, necesito saber más cosas. Qué tipo de retrato quieres - me recojo el pelo en una coleta, suelo hacerlo cuando voy a empezar a trabajar. Ella trata de sonreír.
- Lo dejo a tu elección - flexiona las piernas y las coloca sobre el sofá. Pone sus delgadas y blancas manos sobre las pantorrillas -¡Qué frío hace aquí!
- ¿Frio? ¿Quieres que encienda la estufa? -comienzo a colocar el caballete y sobre él, el lienzo. Cojo uno al azar, aún no sé que medidas quiere.
- No, déjalo. Yo siempre tengo frío y parece que últimamente ha refrescado -sus ojos se clavan en mí un instante y noto una punzada en el pecho. Sus ojos transmiten una tristeza infinita. Los desvía consciente de que me hace sentir incómodo.
- Marta... agradezco tu confianza en mi criterio a la hora de pintar tu retrato pero... al menos dime qué te ha movido a querer hacerlo -la miro mientras derramo los óleos sobre la mesa de trabajo.
- Es...complicado. Verás, yo nunca he sido partidaria de fotografías y retratos -se ríe - pero ahora necesito que me pintes. Para que me recuerden - las últimas palabras las dice casi sin fuerzas y comprendo que va a llorar. ¡Qué tonto he sido! Es obvio. ¡Está muriéndose!. No hay más que verla. Está totalmente demacrada, escuálida, ojerosa.
- Marta.. yo... yo te prometo que trataré de hacerlo lo mejor posible.
- No me cabe la menor duda -me sonríe y mira hacia la ventana. Cambio el caballete, esa postura es perfecta. Mira de perfil hacia la luz que se filtra por la ventana. Esa luz la baña y le confiere un aspecto mucho más saludable. Es una mujer muy hermosa, de eso no cabe duda. La enfermedad no puede alterar esa cualidad y yo soy un experto en observarlo todo.
Cuando Marta se va son las ocho de la tarde. Llevo todo el día trabajando pues Marta me ha dicho que no le queda mucho tiempo. No ha querido probar bocado, y no le he insistido. Estoy contento, el resultado es brillante. No me dedico a los retratos y puede que hace años pintase alguno. Lo he olvidado. Pero inmortalizar a Marta no es hacer un retrato, es encerrar una vida entera para que luego brote a través de los ojos de los demás. Lo de hoy apenas puede servirme de boceto pero su cara, a través de mis manos, ha recuperado el brillo y la luz. He rellenado un poco las mejillas y he prescindido de las ojeras. En mi cabeza ya tengo decidida la tonalidad que aplicar a su piel y su boca será de un rojo brillante. Hoy me ha hablado de su infancia y de su adolescencia. Y por primera vez desde que hablo con ella, he percibido felicidad. Me acuesto satisfecho y pongo el despertador a las ocho veinte.

Poco antes de las nueve, Marta toca a mi timbre. Abro la puerta ansioso y Marta consigue volver a impresionarme. Hoy está peor que ayer. El tono de su piel es casi transparente. Las ojeras y las bolsas de los ojos mucho mayores y los labios están amoratados, al igual que los dedos de las manos.
-Buenos días -consigue decirme con cierta dificultad. Pasa aprovechando que me he apoyado contra la puerta.
-Marta ¿te encuentras bien? -cierro y me giro, pero ella ya está preparándose, adoptando una postura idéntica a la del día anterior.
- Si, no te preocupes. ¡No nos queda demasiado tiempo! -sonríe, pero apenas consigue que los labios tracen una pequeña y cansada mueca. Gira levemente la cabeza y repara en mi pequeña biblioteca. - ¿Es tu mujer? -sus ojos se han posado en un marco plateado que hay justo delante de mi colección de autores alemanes, son mis predilectos. Me rio.
- No ¡que va! Es la modelo que traía el marco. Me lo regalaron y aún no le he puesto foto -vuelvo a reír y ella me mira.
- ¿Sabes? Yo estuve casada. Pero la cosa no funcionó -se queda pensativa.
- ¿Fue hace mucho? -he comenzado a pintarla, sin que ella se entere. Mi reto consiste en tratar de captar esa mirada enigmática, perdida, triste.
- Hace una eternidad -se ríe - pero juntos hicimos algo grande. Mi hija.
- ¿Tienes una hija? -no se me había pasado por la cabeza que aquella mujer tan frágil y enferma pudiese ser madre. Los ojos se le han llenado de ilusión y percibo una nueva mirada que me cautiva llena de fuerza, de luz, de alegría.
- María. Mi hija se llama María -Marta habla y sus palabras rebosan entusiasmo. A veces me parece mentira que el color no acuda a sus mejillas, porque está espléndida. A veces mueve las manos y me pide perdón por abandonar su pose. Se pasa casi todo el día hablando de su pequeña María. -María es alegre y rápida. ¡Es vida! -me emociono al pensar que Marta pronto se separará de su hija. Que no va a verla crecer... pero la noto tan feliz que es imposible no contagiarme de ese entusiasmo. Al caer la tarde permanece unos minutos en silencio. Luego apoya su cabeza en el sillón y vuelve a mirarme. Sus ojos ya me están interrogando antes de hablar- ¿te has enamorado alguna vez?
- ¡Supongo que muchas! Ya no soy un niño -me río. He contestado casi sin pensar.
- Eso está bien -Marta me mira .
- ¿Enamorarse? Ya no estoy tan seguro.
- Entonces, es que nunca has estado enamorado -Marta se ríe. A pesar de su aspecto, yo calculo que debe ser más joven que yo. Pero habla con si hubiese vivido cien vidas. A veces envidio su seguridad. A las ocho en punto, Marta se va. Hoy no hemos probado bocado ninguno de los dos. Su presencia me fascina. Y me doy cuenta de que he mirado más de lo habitual el reloj deseando que no llegase la hora de la despedida. Miro el cuadro. Es increíble, pero casi está terminado. Jamás quedo conforme con nada de lo que hago, pero este cuadro en cuestión me encanta. Casi juraría que la cabeza de Marta va a girar para mirarme. Y que sus enormes ojos grises van a sonreirme como lo han hecho durante casi todo el día de hoy. He enmascarado su palidez con un suave tono rosáceo y sus labios ya son rojos en mi lienzo. Su lienzo. El lienzo de Marta. Está preciosa, casi tan hermosa como cuando la contemplo al natural, pues la enfermedad que la consume no puede enmascarar su alma.

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