Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

lunes, 10 de enero de 2011

EL PAÍS QUE NO TENÍA COLORES II


Sus padres la llamaron Marta y la niña fue creciendo en aquel país gris y frío. Un lugar que no sentía suyo, pues la falta de colores la sumía en una profunda tristeza.

Marta tenía dos buenos amigos, porque en aquél país los niños no solían jugar demasiado. Se llamaban Carlos y Ana y eran los únicos que se atrevían a acercarse a Marta. Todos la consideraban una extraña, una niña rara. Tan llena de colores por todas partes. Así que en el colegio todos se metían con ella.

- - ¡Vamos, fuera! – le decían la mayoría de los niños y niñas hueles raro, hueles a …color. –ninguno de aquellos niños y niñas habían conocido los colores, pero por algún extraño motivo se sentían bien metiéndose con la pobre Marta.

- - ¿Y yo que le hago? Yo no tengo la culpa por ser diferente. –la pobre Marta sufría un montón. Hubiese dado todos sus colores por ser como los demás, por ser gris. Lloraba a escondidas y se enjugaba sus lágrimas que resbalaban por sus mejillas cada vez menos rosadas.

A veces escuchaba las conversaciones de sus maestros oculta y silenciosa en una esquina de su clase:

- - ¿Y qué haremos con ella? Es un problema para sus compañeros –su profesor de matemáticas hablaba con voz apática y plana.

-- Nada, ¿Qué vamos hacer? Ya se volverá como el resto, cada vez está más apagada –su profesora de lengua ni siquiera parecía abrir los labios al emitir las palabras.

Y Marta volvía con la cabeza gacha a su casa, tratando de evitar al resto de los niños y niñas que miraban sus colores con una mezcla de envidia, de miedo y de deseo.

Pero en su casa las cosas no eran mejores, desde su cama gris solía escuchar a sus padres hablar muy preocupados:

- - ¿Y si nunca deja de ser así de rara? –la madre de Marta ni siquiera era capaz de hablar. Pero su tono de voz era lo más parecido a la preocupación que la niña había escuchado.

- - No te preocupes, ya se le pasará. ¿Qué podemos hacer nosotros? Nada –la voz de su padre ni siquiera sonaba alterada -.

Y lo peor de todo es que nadie acudía a consolarla cuando muerta de miedo y de preocupación se quedaba dormida llorando, abrazada a su almohada.

En el país sin colores no existían los espejos, pero Marta encontró un riachuelo que pasaba cerca de su casa y le gustaba acercarse allí y mirar dentro del agua. Su reflejo le parecía fascinante, era un trozo de luz en mitad de tanta falta de color. Se sentía hermosa y diferente, se sentía feliz.

- - ¿Y si existiese un lugar lleno de colores? ¿lleno de gente como yo? –la niña tocaba su cara y ansiaba que alguien pudiese responder sus preguntas, pero esto nunca sucedía.

Pero en una ocasión Carlos y Ana que se dedicaban a seguirla embelesados por la luminosidad que despedía, pudieron escuchar sus amargas quejas.

- ¡Marta! –la voz de Ana sonó metálica y gris, como la del resto de los niños y niñas del aquel lugar - ¿crees de verdad que puede existir un lugar lleno de colores? –Marta creyó percibir cierta emoción en su voz.

- ¿Por qué no? Los más viejos aún lo recuerdan –Marta los miró de reojo, con cierto recelo.

- ¡Ojalá tengas razón! – Carlos miró a las dos niñas y se remangó el jersey que llevaba. A la altura del codo, su brazo lucía de un color carne muy intenso - Y eso no es todo, los dedos de mis pies también tienen color. Mis padres nunca se lo han contado a nadie. Los pobres sufren mucho, pero yo no puedo evitar sentirme diferente…

- Mirad –Ana llamó su atención y se separó con cuidado varios mechones de pelo. Allí, escondido entre la espesura de miles de cabellos grises, brillaba con fuerza un pequeño mechón de color dorado – yo también soy diferente.

- Si, pero yo soy mucho más rara que vosotros –Marta sonrió a sus dos nuevos amigos.

- Ahora tenemos un secreto –Ana les miró con sus ojos grises mortecinos.

- Un secreto de los tres –Carlos les guiñó un ojo.

Y desde entonces se hicieron inseparables. Ya nadie se metía con Marta en el colegio, porque Ana y Carlos nunca la dejaban sola. Y después de terminar las clases iban siempre a la orilla del río en el que podían contemplar sus colores, aquellos que les hacían tan diferentes del resto de la gente de aquel país gris.


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