Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

viernes, 3 de febrero de 2012

Cheiro das mortos (El olor de los muertos)

-¡Mierda!- me levanto confusa, me he dado un buen golpe. El musgo del suelo me ha hecho resbalar por el terraplén. Creo que no tengo nada roto, pero me duele la cabeza. Recojo del suelo la cámara y trato de levantarme. Negro.
“Corre niña, corre” – oigo a mi abuela. Tira de mi brazo con fuerza. Tengo diez años y me arrastra por ese mismo paraje, lleno de verde, tan lleno de verde que me asfixia. Ha estado lloviendo y he resbalado, me he pegado un buen golpe en la cabeza pero las manos fuertes de mi abuela me zarandean. “No te duermas, ¡no!”- hace un esfuerzo por hablarme en castellano. Ella suele utilizar el gallego. “Rosiña viene tras nosotras” –
algo en sus palabras me mantiene despierta, está desesperada.
He debido marearme. La voz de mi abuela se difumina. Me levanto con mucha dificultad es como si me hubiesen puesto un velo en los ojos. Oigo un zumbido y noto como mi cuerpo se mueve muy despacio. ¡ Maldita idea!. Salir a pasear con este frío y a estas horas ¡quién me mandaría!. Lo peor es que estoy sola, he venido sola. Le pedí a mi padre las llaves de la casa. Quería estar sola y hacer unas buenas fotos. Me estoy tambaleando, me apoyo contra un árbol. Negro.
“Vamos, no te duermas rapaza. Rosiña está cerca. Cheira a mortos” –miro a mi abuela, me cuesta concentrarme – Huele a muertos, rapaza. Rosiña está cerca. No te duermas o te llevará con ella”- la voz de mi abuela me transporta a esa tarde en la que estuve a punto de morir al caer por un terraplén. Pero sus manos son fuertes y me arrastran desde la profundidad en la que me sumerjo. Estoy cansada. Me quiero domir. Pero hago un esfuerzo, las manos de mi abuela me obligan.
Abro los ojos, noto como alguien me observa. Trato de enfocar, estoy muy mareada. Allí está, puedo verla con total nitidez. Solo a ella, a su alrededor el paisaje se difumina. Es una niña de unos 7 años. Va vestida con una blusa marrón y un vestidito a cuadros. Su cara es blanca y sus ojos negros y enormes. Su boca parece dibujada, como la de una muñeca y el pelo castaño cae levemente ondulado sobre sus hombros. Me observa, muy quieta, muy seria. Y cuando mis ojos se cruzan con ella tengo la seguridad de que la conozco. Cierro los ojos, estoy cansada. Negro.
“¡Vamos, vete! ¡No te la has de llevar! –recuerdo la desesperación de mi abuela, protegiéndome como una fiera, lanzando piedras contra todo, y recuerdo mi voz asustada y muy débil: “Abuela ten cui..cuidado. Ahí hay u… una niña”. La voz de mi abuela es fuerte “¿Dónde? Yo no puedo verla. Solo la ven los que van a morir. Viene a por ellos..... Viene a por ti”. Me quedo helada, pero recuerdo como concentré toda mi fuerza en señalar con mi dedo tembloroso el lugar en el que se encuentra la niña…
No quiero abrir los ojos. ¡No quiero! Pero cheira a mortos. Rosiña está a mi lado, tendiéndome una mano y esta vez mi abuela no puede librarme de su abrazo.

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