Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

domingo, 17 de enero de 2010

EL CRUCE

Ni siquiera trato de taparme con el trozo de tela que me han dado.
Puedo sentir el frío, pero ya no me importa. Me han dejado en este cruce de caminos y yo espero, silenciosa y obediente. Ya no me importa.
Sé que me vigilan a pocos pasos, sedientos de la información que puedan conseguir a costa de mi cuerpo. ¿Y qué más da?. Hace más de dos lunas que me siento morir y nada de lo que me dan me alivia. No puedo comer nada, no quiero comer nada. La debilidad gobierna todo mi cuerpo y no tengo ganas de echarla. Ya no me importa nada.
Provengo de un pueblo orgulloso y fuerte, un pueblo del este. Los romanos nos llaman bárbaros y no saben que en realidad los bárbaros son ellos. Los que han regresado dicen que sus costumbres son peores que todas las enfermedades que nosotros hemos padecido. No son hombres, son bestias. Animales vestidos con hermosos tejidos, adornados con toda clase de riquezas, pero animales que se despedazan entre sí.
Llevo dos días sentada en este cruce de caminos expuesta a la mirada de los otros. Se paran y me observan, hablan entre ellos, comentan mi estado y niegan con la cabeza. Me preguntan, pero esta debilidad que me gobierna me impide responder. Ya no tengo fuerzas. Ya no me importa. Mis dos acompañantes responden por mí, están preocupados. Espero que esto termine pronto, espero que alguien nos diga lo que me pasa o que la muerte me lleve con los dioses. Noté el dolor en el estómago la misma noche en que lo hombres regresaron tras una nueva victoria contra los romanos. Pero él no estaba. Fue como si un cuchillo se clavase en la boca de mi estómago y se quedara allí.
Trataron de consolarme, de curarme, me ofrecieron todos los remedios conocidos. Pero a mí me daba igual todo. El cuchillo seguía clavado en mis entrañas y me impedía comer. Y poco a poco me fui apagando. Y entonces mi gente me trajo a este cruce de caminos, como manda nuestra tradición. Siempre que surge una enfermedad nueva se expone al enfermo en este cruce y se somete a la sabiduría de toda la gente que por él transita. A veces conseguimos la cura. Pero yo no quiero salvarme, ¡quiero irme con él!. Ya no sé bien a qué dios suplicar.
Él sabría curarme, sabría librarme de este fuego que me consume. Estoy segura. Observo el cielo cubierto de nubes. Y siento que una piedra me ata a esta tierra que nunca volverá a saber de él.
Un anciano lleva observándome un buen rato. Habla con mis hermanos, les pregunta. Ladea la cabeza. Se acerca a mí y me hace mirarle a los ojos. Luego niega. Acaricia mi cabeza. Su voz llega a mis oídos muy baja, como un susurro….
- Tiene rota el alma.

No hay comentarios: