Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

miércoles, 15 de agosto de 2012

PETRA



No me fascinaba la belleza.

En un año había visitado veintiocho ciudades reconocidas mundialmente por su hermosura. Me había acostumbrado supongo. Ya no me sentía deslumbrado.

No me sentí deslumbrado por su belleza. No fue eso. Fue otra cosa.

Petra. Piedra. Esperaba lo que vi. Y mi retina saturada de mil imágenes, apenas si se inmutó. El calor sofocante me hizo desear con todas mis fuerzas abandonar Petra aún cuando mis pies apenas la habían rozado.

El hotel era de lujo. La agencia se había portado. Soy columnista. En un periódico de una ciudad sin alma. Y las ciudades sin alma no tienen nombre. En ellas, el nombre es un alarde, un adorno. Me dedico a recomendar destinos para los viajeros indecisos.

Petra. Sin duda la iba a recomendar encarecidamente. Tomaba una bebida fría pensando en la mejor época del año para recomendarla... y entonces la vi. Y me fascinó.
A mi alrededor despareció el calor sofocante. Me noté helado. La miré, me miró. Derramé unas monedas sobre la mesa de aquel local olvidado en las angostas calles de Petra y la seguí. Como un loco. Pero ella no se asustó.

Llevaba el pelo rojizo recogido en un moño alborotado. El cuerpo encharcado en sudor. Han pasado más de veinte años y recuerdo perfectamente nuestro primer encuentro. Giró rápida en una esquina y yo aceleré el paso. Me estaba esperando. Cogió mi mano, tiró de mí y me besó con fuerza. Directamente en la boca. Al separarse de ese primer beso profundo, me mordió el labio:
- ¡Vamos!- me cogió la mano y me arrastró hacia lo que parecía un tugurio. Una habitación pequeña perdida en la inmensidad de Petra. Allí fue nuestra primera vez.

Lo recuerdo todo, como si en mi cabeza estuviese sentenciada a recordar esa primera vez cada segundo de mi vida. Me arrancó literalmente la camisa, con el pantalón fue un poco más piadosa. Rápida, segura, precisa. Me mordió todo el cuerpo y dos semanas más tarde, cuando regresé a casa, aún tenía cicatrices de aquella tarde que se prolongó hasta bien entrada la noche. Me poseyó con rabia, de una manera salvaje y entonces comprendí lo que me fascinó de ella. Su alma. Su fuerza. Ese espíritu indómito que provocaba a la roca de la que surgió Petra.

No cerró los ojos en ningún momento. A veces me miraba llena de ira, a veces lasciva, a veces exhausta. Solo los cerró un instante. En el mismo segundo en que sus dedos se clavaron en mi pecho y su cuerpo se arqueó en señal de victoria. Esa que consiguen los amantes cuando alcanzan el placer.

Cuando abrí los ojos se había ido. Solo una nota: "Estambul. 30 diciembre." Y el nombre de un hotel y el número de una habitación. Allí tuvo lugar nuestro segundo encuentro. Tan intenso como el primero.

Yo me decía que era solo sexo. Sexo fascinante, una experiencia única. Me repetía una y otra vez que si dejada de vivir esos encuentros, estaba loco. Lo que sentía cuando estaba con ella era superior a cualquier otra sensación, otro hecho, otro pensamiento. Superaba cualquiera de mis deseos y fantasías.

Por las noches me quedaba despierto, con los ojos bien abiertos. "Sólo es sexo". Pero era mucho más. En vela recordaba cada milímetro de su piel morena. El brillo de sus ojos, los mechones de su pelo. Juro que podría nombrar de memoria cada cicatriz de su cuerpo, cada lunar, cada recoveco. Mi matrimonio con Sara terminó ese mismo año. Nunca le confesé lo que viví en Petra. Nunca le dije que tras Petra y Estambul, vinieron muchas otras ciudades. Pero ya no era solo sexo. Era algo más. Y mi vida comenzó a tener un solo sentido: ella.

Jamás supe su nombre. Nunca me lo dijo. Apenas se reía. A veces lloraba, en silencio. Sus palabras eran escuetas y se limitaban a describir nuestros juegos prohibidos. Palabras sucias. Palabras que me excitaban como jamás me había excitado nada. Salvo sus miradas. Salvo sus manos. Su boca...

Nunca me dejó tomar la iniciativa. "Esta historia solo tiene una regla: yo juego. Tú limítate a disfrutar". He recorrido el mundo perdido en sus ojos. He rememorado cada partícula del polvo que compone Petra por si acaso me encontraba su nombre. Un nombre que pudiese permitirme un pedazo de su alma. Pero ha sido inútil.

Hace cinco años que ya no la veo. A través de cada uno de nuestros encuentros la he visto envejecer. Colmarse de arrugas, perder la suavidad de su piel, llenarse de canas.... pero jamás ha perdido el vigor que me cautivo. Ese brillo en sus ojos que la hacían fascinante. Y el paso del tiempo me ha mostrado cuanto he llegado a amarla. Cuanto la amo pese a haber sido un turista en su vida.

Hace cinco años que vago sin rumbo buscándola desesperado en cada uno de mis destinos.

Hoy he vuelto a Petra. Hoy mis pies la visitan con ansia. Recorro exhausto cada una de sus calles. Reconozco a la primera la esquina en la que me besó por primera vez y mis manos tocan la pared, no siendo que las piedras sean capaces de contarme dónde se encuentra.

Pero las piedras de Petra permanecen mudas. Y errante persigo en sus calles el nombre que me permita librarme de tu recuerdo. Tu nombre.


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