Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

domingo, 12 de diciembre de 2010

El beso que nunca me diste II

Recuerdo.
Tus manos recorriendo mi espalda. Tu boca aproximándose a mi cuello tratando de burlar las miradas del resto.
- Venga, ¡vamos! - la voz de mi hermano te frena.
- Julio, dejalo. Ahora vendrá -mi primo Alberto nos proporciona una nueva oportunidad. Me vuelvo para mirarte. Y me sonríes. Quiero pedirte ese beso que no me has dado, pero no encuentro las palabras.
-Nena -mi prima Marisa me llama - ¡nena, ven! -vacilo unos instantes, pero me haces un gesto con la cabeza y decido acudir a la llamada de Marisa - No te lo pierdas...
Me coge de la mano y miro hacia dónde me indica. Al principio me cuesta ver, estoy distraida. Pero al cabo de unos instantes observo el cielo negro de esa noche de verano plagado de luces. Son pequeños puntos de luz que amenazan con prenderse en mi pelo.
- Son luciérnagas -la voz de mi primo Alberto me sorprende. Está justo detrás de mi. A menudo hace eso, se coloca detrás de mi y me asusta. Y al darme la vuelta y mirarlo siempre descubro sus ojos grandes y oscuros y comprendo que lleva un buen rato ahí, observándome. Y no me gusta - ¿no las habías visto antes?
- No -apenas me sale la voz del cuerpo. No quiero hablar alto, no quiero moverme. Quiero que las luces permanezcan delante de mi, al menos un rato más. Pero sobre todo quiero que tu las observes junto a mi.
- ¿Qué hacéis? -mi hermano levanta una mano y nos llama. Está unos cuantos metros por delante de nosotros. Justo a la entrada del cementerio -Si no entramos ya se nos echa la hora encima.
Y me acuerdo de lo que hemos venido a hacer. Es un juego absurdo, un juego que no me gusta. Si no fuese porque espero ansiosa el beso que me debes, no habría venido. Pero aquí estoy. Llegaremos a la puerta del cementerio y los chicos entrarán. Por turnos. Marisa a veces entra, es la más valiente de todos. No grita, no corre. Se limita a andar por entre las tumbas y los nichos y sale como si tal cosa. Por eso me gusta que me coja ahora la mano. Yo nunca he entrado, no me gusta, me da miedo. Siento un terror irracional que me dobla las piernas. La aldea de mis abuelos apenas cobija cincuenta familias así que el cementerio es muy pequeño. Todos los domingos, cuando vamos a misa con mi abuela, nos paramos frente a un nicho y ella se queda triste, observando la piedra blanca: "aquí está vuestra tía, la pobre...". Cuando era pequeña no comprendía y mi abuela tampoco explicaba, pero un día mi padre me dijo que allí estaba una hermana suya. En realidad la criatura no llegó a cumplir los dos meses de vida. No sé si es por eso o por el olor que desprende la tierra, no sé si es por este silencio que hiere más que el ruido o porque se que tarde o temprano mi cuerpo terminará cubierto por una de estas losas. Pero yo siempre me quedo fuera.
Ya no hay luces, estamos a la entrada del cementerio.
- ¿Damos una vuelta todos y luego entramos solos por turnos? - Julio y sus ideas. A veces mataría a mi hermano.
-Yo no pienso entrar -siento como me coges la mano ocultándote de las miradas del resto. Tus dedos acarician los míos y me tranquilizo.
-No te preocupes -mi prima Marisa me sonríe -espera aquí y yo entro con estos dos -señala a Julio y Alberto -al fin y al cabo no estás sola -sonríe y antes de dar tiempo a nada los tres se pierden dentro del cementerio. Es como si la puerta se los hubiese tragado. Oigo sus gritos. Y me vuelvo a mirarte.
No hablas, nunca lo haces. Ahora sostienes mi mano con fuerza, retando a todos los ojos que quieran observar. Me sonríes. Mi corazón se acelera. Me apartas el pelo de la cara y te aproximas lentamente. He soñado este momento mil veces y lo he deseado con todas mis fuerzas. Cierro los ojos y me preparo para recibir el beso que tu no me has dado. Noto tus labios cerca de los míos, casi puedo sentirlos. Tus manos recogen mi cintura y me acercas a ti...
y de repente, el grito de mi prima Marisa interrumpe ese instante y lo rompe. Tus manos se pierden de mi cuerpo, avanzas hacia la puerta. Marisa sigue gritando.
-¡No te vayas! -no se si te lo pido porque estoy aterrorizada o porque temo perderme tu beso.
Corres hacia dentro. Y cuando mis ojos van a perderte de vista, te giras y me sonríes. Y ya no te veo. Caigo al suelo, mientras Marisa sigue gritando.
Probablemente hayan visto una de esas llamas que a veces surgen de las tumbas. Fuego fatuo. La primera vez que mi hermano vio una de esas llamas ni siquiera pudo dormir. Pero los gritos de mi prima comienzan a intranquilizarme. Ella jamás grita, nunca lo hace. Miro a mi alrededor y comienzo a observar como las sombras cobran vida. Se que son mis imaginaciones, pero todo a mi alrededor me parece peligroso. Me tapo los ojos. Los gritos cesan. El ruido de mis latidos me impiden notar que tres pares de pies me rodean. Abro los ojos lentamente y descubro los pies de Marisa, Alberto y Julio.
- ¿Qué ha pasado? -miro hacia arriba, los tres me observan con los ojos muy abiertos.
- Nada -Marisa mira a los chicos y luego clava sus ojos oscuros en mi. Ella los tiene muy rasgados.
- ¿Cómo que nada? Gritabas como una loca -me acerco a ella. Soy un par de años menor, Marisa tiene quince, pero soy mucho más alta.
-Nena, vamos a casa -me coge de la mano y me obliga a dar dos pasos. No me gusta que me llamen nena, pero todos lo hacen.
- No, ¿dónde está él? No vamos a irnos y a dejarlo solo...
- ¿Quién? -Marisa me mira.
-Él. Entró cuando empezaste a gritar -los tres se miran. Los veo. Sus miradas ocultan algo, lo sé.
- Nena, vamos a casa. Hemos venido los cuatro solos -Marisa vuelve a coger mi mano.
-¡No! - no entiendo que está pasando, mis ojos miran hacia la entrada del cementerio. Quiero que salgas, quiero que vengas, quiero que me des el beso que debes... noto la respiración de mi primo Alberto en mi nuca y a mi hermano soltando tacos por lo bajo.
- Camina -la voz de mi primo me deja petrificada. Y comienzo a andar hacia la casa. Una vez allí me dirán que ha pasado y dónde estás.
Llego la primera. Estoy rabiosa y muy enfadada.
-Abuela, estos tres se están pasando. Hemos ido al cementerio, abuela. Y ellos han entrado. Marisa empezó a gritar y él entró a ver que pasaba y ahora no quieren decirme dónde está...-mi abuela me mira, deja su revista de lado.
-Nena, ¿de quién hablas? -se quita las gafas y me mira, y mira a Marisa que está detrás de mi. Sus miradas se dicen cosas, lo noto.
- De él, abuela. Lo viste, vino a por nosotros después de la cena...
- Hoy no ha venido nadie, nena -mi abuela vuelve a coger la revista y se pone las gafas.
No me lo puedo creer, en el salón entran mi prima Susana y mi hermana pequeña, Cris. Susi niega con la cabeza.
-Susi, Susi ¡tú lo viste! ¿qué pasa Susi? -noto el sabor de las lágrimas que penetran en mi boca. Ellas sepultan el beso que no me has dado.
-Yo no he visto nada -Susi se sienta junto a mi abuela y coge en brazos a mi hermana pequeña. Todos me miran. Caigo de rodillas al suelo y apoyo la cabeza en el brazo del sillón de mi abuelo.
-Nena, ya te dije que no fueras -la voz de mi abuelo interrumpe mis sollozos, levanto la vista para mirarlo. Pero está ausente.
Al principio pregunté por ti cada minuto, cada hora, cada día. Luego los meses calmaron el dolor de tu recuerdo. En esta casa ya no se hablaba de ti y dejé de venir. El beso que no me diste te conserva a mi lado.
Hoy hemos regresado para darle una vuelta a esta casa que está abandonada. Durante años te han encerrado en silencio. Te han sepultado y han tratado de borrarte de mi memoria. Pero no lo han conseguido. Me levanto y bajo a recoger a mi hermana. Está cerrando una de las puertas del sótano. Desde que hemos llegado ha estado evitando mirarme. Cuando desapareciste era muy pequeña, ahora es una mujer.
- ¿Sabes, Cris? -le cojo la mano y la obligo a mirarme - Aún le recuerdo ahí, en las escaleras que suben al salón. Me estaba esperando. Llevaba esa camiseta negra que tanto me gustaba -mis ojos se llenan de lágrimas. No puedo ver pero noto como mi hermana me abraza.
-No, nena. La camiseta era gris.

No hay comentarios: