Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El beso que nunca me diste I

- Aún noto su respiración en mi nuca - miro a mi hermana que cubre con una tela blanca la mesa dónde solíamos comer.
- Bueno, vamos. Tengo frío -se va hacia la puerta - te espero en la chimenea.

Es verano, pero hace frío. Como siempre. Hace más de quince años que no pisaba esta casa, la casa de mis abuelos. Pero la recuerdo perfectamente. Por fuera es la típica casa gallega pero por dentro parece que la hayan diseñado y construido cien personas diferentes. El garaje lleno de cacharros inútiles y la cocina de verano, la cocina con chimenea en la que mi abuela asaba en el fuego las patatas. Luego unas escaleras que llevan al salón en el que ahora estoy sentada, bajo el tapiz de un ciervo a punto de ser cazado. Y la bodega, un lugar en el que apenas me atrevía a entrar. Olía demasiado a húmedo y el pozo que había en el centro de la habitación me inspiraba auténtico terror. Hoy ni siquiera he abierto esa puerta pero supongo que en estos quince años el pozo no se habrá movido de su sitio.
Observo las escaleras que llevan a la planta de arriba y los recuerdos me llevan a esa noche, la noche en la que debí recibir un beso. Tu beso.
Corro escaleras arriba, delante de mí van mis primas, Marisa y Susi. Yo llevo de la mano a mi hermana pequeña y detrás de mi vienen mi primo Alberto y mi hermano, Julio. Te veo. Estás escondido, esperándonos en la cocina de arriba.
- Vamos, llegamos tarde - tu voz regresa a mi memoria. Yo tengo trece años, tú me llevabas tres.
- Vale, vale. Venga vamos por la casa - mi primo Alberto apenas me llega al hombro.
- Nosotras no vamos - mi prima Susi es la mayor. Está a punto de cumplir dieciocho años. Te mira con malicia y tiende la mano a mi hermana. Cris la coge sin dudarlo y se separa de mi.
- Pero... -trato de coger a Cris, pero Susi se la lleva.
- Y vosotros deberíais quedaros aquí -me mira muy seria.
- No le hagáis caso -mi hermano Julio se ríe -Venga, vete a decirle a los abuelos que nos vamos.
- Vete tú -me irrita la forma que tiene de hablarme.
-Te toca a ti -me vuelve a mirar mientras abre el frigo y coge algo de comer.
Me giro y recorro enfadada el pasillo que lleva hasta el salón. Mi abuela lee una revista y mi abuelo mira la tele. Tiene esa mirada perdida, ausente. Apenas oye. Apenas habla. Se ha pasado la mayor parte de su vida en Alemania, trabajando.
-¿Nena? -mi abuela no levanta los ojos de la revista - ¿cenasteis?
- Si -temo mirarla porque encontrará que mis ojos ocultan algo. Ella lo ve todo -Ahora salimos fuera, abuela, a dar un paseo.
- No volváis tarde -sigue mirando la revista.
- Vale -me giro para regresar por el pasillo a la cocina dónde me esperan los demás.
- ¿Nena? -la voz de mi abuelo me sorprende. Él casi nunca habla.
- ¿Si? -le miro.
- No vayas -me mira un segundo. Luego se gira y sigue mirando la tele.
- ¿Qué? -me acerco a mi abuelo.
- ¿Qué? -mi abuela levanta la mirada de la revista.
- El abuelo me ha dicho algo -la miro.
- No, nena. Él no te dijo nada, mírale, está dormido -salgo corriendo sin parar a comprobar si lo que dice mi abuela es verdad.
Todos están esperándome en el cenador, una especie de patio acristalado que da paso a la parte de arriba de la casa y a la huerta. Recorremos saltando estrecho pasillo que nos lleva a la otra entrada de la casa, la puerta de atrás. Justo al llegar a la verja están los cerdos que no se despiertan pese a nuestro gritos. Y otro pozo, un pozo grande que en alguna ocasión me he atrevido a mirar. El sonido de la verja abriéndose me produce un escalofrío. Recuerdo la mano de Marisa sobre la mía.
- ¿Tienes miedo? -niego con la cabeza, pero mi prima sonríe y no me suelta de la mano.
Alberto cierra la puerta tras nosotros y Julio y tú vais delante. Te vuelves a mirarme y percibo que quieres decirme algo. Llevas días rondándome. Tus ojos llevan días diciéndome secretos que no soy capaz de oír. Te acercas a mi. Marisa se adelanta con Julio y Alberto. Coges mi mano. Y se me acelera el corazón.
- Tranquila - y justo cuando vas a darme el beso, mi hermano te llama.
- ¡Vamos, déjala ahí! Si no quiere que no venga.
No, claro que no quiero, claro que no quiero entrar en el cementerio del pueblo y darle vueltas. Las piernas apenas me obedecen pero iré porque tú vienes. No he sabido que venías hasta esta mañana y tú no sabes lo que me alegra que vengas.
No quiero ir al cementerio. Pero iré porque espero el beso que nunca me has dado.

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