Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

sábado, 8 de septiembre de 2012

La cama vacía

 
Me gusta dormir con la ventana abierta. De pequeña no podía soportarlo. Pero ahora me gusta sentir a esa luna despistada que se cuela sobre mi piel. Así recibo el olor del bosque y me duermo con el murmullo de la madera en mi cabeza.
 
Me dedico a tallar madera. Es un oficio que heredé de mi abuela. Solía pasar los largos veranos con ella y aprendí a esculpirla y a pasar el tiempo. A veces tengo la cabeza tan llena de cosas que necesito vaciarla. Y la madera me ayuda. Elijo un trozo, lo estudio, lo observo y luego lo libero. Tienen alma ¿sabéis?, los trozos de madera poseen vida propia y cada cuál elige su destino si tiene la suerte de dar con las manos apropiadas. Unas manos que la liberen.
 
He tallado peces, árboles, lobos, osos, gansos, personas...niños pequeños, mujeres alegres, hombres borrachos. He tallado el lamento del viento y la laxitud de este otoño que comienza. La cadencia de la primavera y las prisas de un verano que tarde en irse. La seriedad del invierno. He tallado besos, también despedidas. También he tallado aromas y la caricia de la luna sobre mi piel desnuda. Pero mi obra maestra sin duda es mi cama.
 
Un día vi un árbol derrumbado, era un anciano que pertenecía al bosque. Era inmenso y yo tallo cosas pequeñas. Pero me sedujo y yo no pude escapar a sus palabras: "libérame y a cambio te prometo que nunca te sentirás sola". Me costó la vida transportarlo a casa y comencé a trabajarlo. Me hice mil heridas y transcurrieron más de cien noches. Pero al final, ese amigo milenario se convirtió en mi cama.

En cuanto me tumbé sobre sus huesos me sentí segura. Me sobraba todo y cualquier abrazo me resultaba demasiado asfixiante. Me gustaba extender mis brazos y mis piernas y aquel árbol anciano cumplió su promesa, pues nunca más me sentí sola.
 
Pero un día tocaron a mi puerta. Era un hombre cubierto de sol. Olía a viento y a mar. No soy amiga de recibir visitas, mi trabajo me absorbe por completo....pero me perdí en sus ojos y le invité a un café. Tallo madera, yo tallo madera. Pero confieso que en sus brazos me libero. Y me siento madera. Espíritu que se libera gracias a las manos apropiadas.
 
Sentí cierto pudor la primera noche que compartió mi cama. Mi viejo amigo milenario se resintió y crujieron sus huesos. Y cuando ese hombre dorado se iba antes de que surgiera el primer rayo de sol, sentía la caricia del alma de madera. "No te preocupes pequeña, no estás sola". Al principio esa caricia me arropaba y yo me dejaba envolver por la canción de su voz marchita. Pero pronto eso ya no fue suficiente.
 
Me he acostumbrado al sonido de un corazón sobre mi espalda. A esa mano que me libera de todas las pesadillas, al sonido del aliento sobre mi nuca. Su aliento. A la batalla impetuosa que se libra cada mañana, cuando sus ganas y mi deseo se funden en uno. Y no hay sonido más hermoso que el jadeo final de los que se aman. Me he acostumbrado a los besos tibios que preludian la necesidad de sentir que nuestra piel se funde, se agita, se altera. Al agua que nos baña, a la luna que nos cobija. A nuestros cuerpos hermosos henchiDos de placer. Al sonido de las caricias.
 
No me he enfadado con mi amigo milenario por haber incumplido su promesa. Hay fuerzas que doblegan voluntades y su abrazo inmaterial se ha rendido al calor del abrazo de mi hombre dorado. A veces gime y cruje para recordarme que sus huesos siguen ahí, soportándome. Y yo sonrío, con las ventanas de mi habitación abierta, con la pálida luz de la luna bañando mi piel desnuda y con la sensación de que cada vez que te vas, mi cama está vacía.
 
 
 
 
 

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