Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

domingo, 9 de septiembre de 2012

EMMA

Emma recorre segura los pasos que separan su casa del bosque.
Acaba de cumplir seis años y su pelo se mueve acunado por la canción tibia de este otoño que ya se preludia.
 
Está atardeciendo y Emma pisa segura la entrada del bosque. Observa divertida el trasiego de una mariquita y la coge en su dedo. Luego la tira, para que vuelva a su casa. Ríe, y salta, extiende los brazos, se llena de aire, juega a que es un gato con grandes ojos de búho. Grita, canta. Se sienta en el suelo y observa las hojas que comienzan a amarillear. Pronto caerán al suelo y ella pisará ese manto crujiente y derramará palabras mágicas para que los árboles vuelvan a crear hojas verdes.
 
Ahora va saltando, con una flor amarilla en la mano. A Emma le gustaba el morado, pero ahora su color favorito es el amarillo. Como el sol. Como ese sol que le baña la frente, que la hace brillar y gritar de placer.
 
Emma canta su canción secreta. Esa que le regaló la luna una noche olvidada, cuando tuvo miedo. Ahora la canta cada vez que se siente sola y todo vuelve a llenarse de color. Inventa rimas imposibles para animar a los árboles que parecen inclinarse y saludarla.
 
Pronto llegará a su destino. Ya puede ver ese árbol retorcido y negro que parece una herida en la inmensidad del verde bosque. A ella le gusta pensar que es el más viejecito de todos los árboles y que se conoce todas las historias del mundo. Por fortuna, solo se las cuenta a ella y se convierten en un secreto. Un secreto oculto en el corazón del bosque, en la memoria de Emma.
 
Cuidadosa escarba con sus manitas un pequeño agujero. No le cuesta demasiado trabajo, es un hoyo que remueve cada cierto tiempo. Y la tierra está blanda y húmeda. Es su escondite, su más preciado secreto. Ni siquiera lo comparte con su madre. Es solo suyo, solo de Emma. De Emma y el bosque. Es un hoyo especial. Lo creó un día de verano y la idea se la susurró una mariposa despistada. Batiendo sus pequeñas alas contra la brisa, se acercó a la oreja de la niña y le habló. Le hizo cosquillas y se despidió con un suave beso en la frente.
 
Y Emma se dirigió al bosque y buscó un lugar mágico, custodiado por un viejo árbol sordo y ciego. Allí escarbó un hoyo y allí sepulta todos sus miedos. Los encierra bajo tierra, para que no puedan volver a brotar. Visita el hoyo con cierta asiduidad. Remueve la tierra con cuidado para que no salgan los miedos enterrados. Todos están allí: su miedo al monstruo que campa a sus anchas en la habitación de abajo, el miedo al viento enfadado que golpea las ventanas en las noches de invierno, miedo a las sombras que surgen de lo oscuro, miedo a que mamá no esté...Luego convoca a sus amigas las hadas y con cinco palabras mágicas que custodia en su memoria, Emma sella el hoyo.
 
Hoy ha tenido una pesadilla. Un sueño feo. No lo recuerda demasiado bien, así que Emma ha encerrado un miedo impreciso en el seno del bosque. Miedo a soñar cosas feas. Tapa el hoyo, se despide de sus amigas las hadas, besa el tronco rugoso del guardián sordo y ciego y aplaude contenta.
 
Vuelve saltando a su casa. El sol está a punto de ponerse y no quiere que su madre se preocupe. Está feliz, canta y baila. Sus manos se agitan porque ahora es un pájaro. Y vuela ágil con la seguridad de que esta noche, no va a tener un sueño feo.

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