
Un día se dio cuenta que no era invisible.
Fue un día cualquiera.
Se dio cuenta que la miraban. Y sintió miedo. Miedo a volver a ser mirada.
Casi se había acostumbrado a esa sensación de invisibilidad.
Perdida en esa oscuridad se sentía segura.
Se había acostumbrado a los ojos vacíos, a la ausencia de las palabras, a los reproches y a las indiferencias.
Pero el calor de esa mirada la despertó.
Y comprendió lo hermoso de que te vean, sobre todo cuando te miran.
Y ya no tuvo miedo a ese final anunciado. Ese final que siempre había sido inevitable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario