Cuenta la mitología griega que Midas era el rey de Frigia. Gracias a que hizo un favor, Dionisio le otorgó el poder de convertir en oro todo cuanto tocara; pero dicho poder era un arma de doble filo. Cuenta la leyenda que harto Midas de no poder comer nada, pues todo lo que tocaba se convertía en oro, pidió por favor al dios que le librara de dicho don.
Pero quiso el destino, así lo cuenta la leyenda, que Midas (tras librarse del don de convertir todo en oro) eligiera la melodía de la flauta de Pan a la de la lira de Apolo y por esto, Apolo lo castigó haciéndole crecer orejas de burro. El pobre Midas las ocultó en un sombrero, pero al visitar al barbero se desveló el secreto. Al barbero, para librarse del peso del secreto que ahora conocía, se le ocurrió enterrar lo que sabía en un agujero y rellenarlo con tierra. Pero quiso el destino, así lo cuenta la mitología, que crecieran hermosos juncos en el agujero y que el viento, al pasar a través de ellos, vocearan el secreto de Midas a los cuatro vientos.
¿Cuantos Midas conocemos a nuestro alrededor?
¿Cuantas veces nuestras manos han convertido en algo estéril todo cuanto nos rodea?
¿En cuantas ocasiones nos hemos transformado en burros y burras?
¿Cuantas personas han conocido nuestro secreto?
¿Y cuantos juncos lo han voceado arrullados por el viento?
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