Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

sábado, 23 de abril de 2011

DANIEL, EL PRÍNCIPE QUE DIVIDIÓ EL CIELO


Hubo un tiempo en el que el sol y la luna rondaban el mismo cielo.

La tierra estaba llena de valientes que trataban de conseguir un lugar para dividir la luz de los dos astros, pues ningún día era claro y las noches eran demasiado luminosas.


Sol y luna peleaban todo el tiempo y cubrían la tierra con brumas hijas de sus disputas:

- ¡Sal de aquí, maldita bola de plata! -le decía el sol a la luna -no dejas que mis rayos cubran de luz el mundo y las cosechas jamás terminan de germinar.

- ¡Muévete de mi lado! -le decía la luna al sol- das tanto calor que terminarás por derretirme y además tu luz impide que me obedezcan las mareas y los lobos.


Y así se pasaban todo el día y la noche, pues ambas se confundían y terminaban por ser lo mismo.

Nadie recordaba el origen de este hecho, aunque los más mayores aún poseían la memoria del tiempo en que disfrutaban de los días soleados y las noches de luna llena.


Durante mucho tiempo, hombres valientes y mujeres decididas habían intentado convencer al sol y la luna para que dividiesen el cielo que compartían, pero no fue posible porque ninguno quería ceder.

- Si me voy yo primero ¿quién me dice que éste insensato me dejará volver? -decía la luna con su voz suave.

- Si yo me retiro antes que ella, con el enfado que tiene, lo cubriría todo con la oscuridad más espantosa y jamás volveríais a disfrutar de mis cálidos abrazos -contestaba el sol.


Y volvían a enzarzarse en una terrible pelea que se prolongaba durante un tiempo que resultaba infinito.


Al final, todos los reyes y reinas de ese mundo, decidieron enviar a sus ejércitos para tratar de buscar una solución al terrible problema, pero también fue en vano, pues ninguno consiguió el objetivo.


Pero en el reino más pequeño de aquel mundo, nació un príncipe y sus padres le llamaron Daniel.

Daniel era un niño con unos hermosos y grandes ojos negros que lo contemplaban todo: el correr del agua, el canto del viento, el sabor de los sentimientos y el sonido de todo aquello que la gente calla. Nada se escapaba a su ingenio pero Daniel no podía hablar. Sus padres llamaron a todos los médicos del mundo y luego a todos los sabios, pero nadie fue capaz de encontrar una explicación al mal del pequeño.

Todo el reino adoraba al pequeño príncipe. Pero los sabios del lugar, decidieron que el niño jamás podría reinar:

- ¿Un rey sin voz? -todos se miraban desconcertados - en ningún libro conocido se registra un hecho semejante. Un rey debe tener voz y su voz es ley. Un rey sin voz es un país sin ley, un país sin orden. Imposible.


La reina lloraba sin consuelo y miraba preocupada a su pequeño y Daniel sonreía a su madre como si ocultase un secreto que solo él conocía y que le hacía inmensamente feliz. Pero la reina, incapaz de hallar descanso, buscó en lo más recóndito del reino y encontró a una anciana que poseía toda la sabiduría contenida en el mundo y ella le dijo así:

- Majestad, el mal que aqueja a vuestro hijo se encuentra dentro de él. Y el pequeño príncipe se curará el día que consiga dividir el cielo en dos.


La reina regresó confusa a palacio y contó lo que le había dicho la anciana a su esposo el rey y al resto de la corte.

-Entonces, majestad, no hablará nunca. ¡Desistid! Este niño es incapaz de hablar -le contestó el primer ministro a la reina, que seguía llorando sin consuelo.

Daniel observaba apenado las lágrimas de su madre y sin pensárselo dos veces salió por la puerta trasera del castillo y se dirigió a la montaña más alta del país. Allí se sentó y comenzó a mirar al sol y la luna que seguían espalda contra espalda sin abandonar la mitad del cielo, un cielo que compartían.

Pasó mucho tiempo hasta que los dos astros se percataron de que un minúsculo e insignificante niño los observaba con unos inmensos ojos negros.

- ¡Eh, tú, niño! ¿Qué haces ahí? Llevas mirándonos mucho tiempo. ¿Qué quieres? - el sol se dirigió al niño, que esbozó una hermosa sonrisa, pero no le contestó.


- ¿Qué pasa, no tienes lengua? -la luna, curiosa, también trató de hablar con el pequeño, pero fue inútil.

- Ese niño me está poniendo nervioso -le dijo el sol a la luna.

- A mí también, además, va a resfriarse, lleva un buen rato sentado en el pico de esa montaña -la luna lanzó una mirada muy seria a Daniel, pero fue inútil.

- Querrá lo que todos -el sol se rió.

- Ya, dividir este cielo en dos, una parte para ti y otra para mi... pero si los hombres más valientes y las mujeres más decididas, si todos los ejércitos de este mundo lo han intentado y no han podido ¿qué le hace pensar que él solo va a poder? - la luna lanzó una carcajada llena de chispas.

- Un niño tan pequeño, tan minúsculo, tan insignificante...-el sol también se rió.


Pero no hubo manera. Daniel no articuló palabra ni se movió un solo milímetro del pico de la montaña.

- Está bien, se me ocurre algo -dijo la luna - Dinos lo que quieres y te lo concederemos,a cambio de que dejes de mirarnos y de que regreses a casa.

Daniel asintió de inmediato y sin pensárselo dos veces.

- Si, deben andar muy preocupados buscándote -el sol miró a la luna- pero Luna, este niño no puede hablar.

-Pero ha aceptado, así que si no es capaz de decirnos lo que quiere... tendrá que volver a su casa. Un trato es un trato -la luna rió ufana.

-Quiero que os dividáis el cielo -sol y luna se quedaron atónitos, el pequeño Daniel se había puesto en pie y hablaba con total claridad. -Quiero que uno duerma bajo el pico de esta montaña, mientras el otro ocupa la mitad del cielo.

- Pero .... ¡si tú no podías hablar! ¿Cómo lo has hecho? -la luna estaba sorprendida.

- Te lo diré luna, pero luego te irás a dormir, necesito que luzca el sol para llevarme de vuelta a casa... -Daniel se rió.

- E... está bien.

- Pues ha sido fácil. He ordenado a mi voz que saliese de mi garganta. Nunca antes de ahora había sentido la necesidad de hacerlo. Pero hoy lo he hecho para dividir este cielo y para ver a mis padres contentos.

Y así fue como en el cielo volvió a reinar el orden y cómo Daniel, el príncipe que dividió el cielo, recuperó el habla. Pues todos dieron por sentado que el milagro que había conseguido dividir el cielo entre el sol y la luna, había sido el mismo que le devolvió al pequeño el don de la palabra.

Y Daniel no sintió la necesidad de sacar a nadie de su error.

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