Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

miércoles, 24 de noviembre de 2010

LA LUNA

- NARRADORA: Hace tiempo había un país dónde la noche se extendía oscura y el cielo era como un paño negro, pues la luna no salía nunca y ninguna estrella brillaba en las tinieblas. En la creación del mundo bastó la luz nocturna.
De aquel país partieron una vez cuatro mozos en peregrinación y llegaron a otro reino, donde por la noche, cuando el sol se escondía tras los montes, se veía sobre una encina una bola luminosa que expandía una luz suave. Se podía ver y diferenciar todo aunque no era tan brillante como la luz del sol. Los peregrinos se quedaron quietos y preguntaron a un campesino que pasaba por allí con su carruaje que clase de luz era aquélla.
- CAMPESINO: Es la luna. Nuestro alcalde la ha comprado por tres monedas de oro y la ha sujetado a la encina. Hay que echarle aceite diariamente y mantenerla limpia para que brille con claridad. A cambio le damos cada uno una moneda a la semana.
- NARRADORA: Cuando el campesino se hubo marchado, comentó uno de los peregrinos:
- PEREGRINO 1: Esta lámpara podría sernos de utilidad en casa. Tenemos también una encina, que es igual de grande, y podríamos colgarla en ella. ¡Qué alegría! Así de noche no tendríamos que andar a tientas.
- PEREGRINO 2: ¿Sabéis una cosa? Traeremos un carro y un caballo y nos llevaremos la luna. Ellos pueden comprarse otra.
- PEREGRINO 3: Yo sé trepar muy bien y la bajaré.
- NARRADORA: El cuarto trajo un carro y caballos, y el tercero se subió al árbol, hizo un agujero en la luna, pasó una cuerda por él y la bajó. Cuando la bola brillante estuvo en el carro, pusieron un trapo por encima, para que nadie se diera cuenta del robo. La llevaron felizmente a su país y la colocaron en la encina. Los viejos y los jóvenes se regocijaron, al ver cómo la nueva lámpara extendía su luz por todos los campos y llenaba las cámaras y las habitaciones. Los enanos salieron de las cuevas abiertas en las rocas y los pequeños gnomos bailaban en corro con sus chaquetas rojas en las praderas.
Los cuatro cuidaban la luna con aceite, le limpiaban el pabilo y recibían semanalmente su moneda. Pero los cuatro se hicieron ancianos, uno de ellos enfermó y viendo que la muerte se acercaba, ordenó que un cuarto de la luna que era de su propiedad, fuera depositada en la tumba con él. Cuando murió, el alcalde subió al árbol y cortó con las tijeras un cuarto, que fue depositado en el ataúd. La luz de la luna menguó pero no de forma notable. Murió el segundo y le dieron el segundo cuarto, con lo que la luz aminoró. Aún se debilitó más con la muerte del tercero, que se llevó también su parte y cuando el cuarto fue conducido a la tumba, volvieron a aparecer las tinieblas. Si la gente iba sin linterna por la noche, chocaban unos con otros.
Pero al unirse las partes de la luna en el mundo subterráneo, sucedió que, allí donde habían dominado siempre la oscuridad, los muertos se pusieron intranquilos y se despertaron de su sueño. Se asombraron de volver a ver, la luz de la luna era suficiente, pues sus ojos se habían debilitado de tal manera que no podían soportar la luz del sol.
Se levantaron, se alegraron y retornaron a su antigua forma de vida. Una parte fue a jugar y bailar, otros se fueron a las posadas, donde pidieron vino, se emborracharon, se enfadaron y se pelearon. Finalmente sacaron sus porras y se golpearon. El ruido era cada vez mayor y llegó finalmente hasta el cielo.
San Pedro que cuidaba la puerta del cielo, creyó que el mundo subterráneo se había sublevado y llamó a sus ejércitos celestiales, advirtiéndoles que si el feroz enemigo y su banda intentaban atacar a la comunidad de los santos, repelieran el ataque. Pero, como no llegaron, se montó en su caballo y pasó por la puerta del cielo con dirección al mundo subterráneo. Entonces calmó a los muertos, los hizo meterse en sus tumbas, se llevó a la luna y la colgó en el cielo.
J. y W. Grimm

No hay comentarios: