Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

sábado, 29 de septiembre de 2012

RECUERDOS

Terminando textos sin quitarme recuerdos de la cabeza... noche de memoria y para la memoria. Reencontrándome con viejas amigas. Reencontrádome conmigo misma o con lo que un día fui...


Extremo siempre. Ahora también. De ellos tengo muchas canciones en la memoria. Pero este verano ha escuchado mucho esta...
Caminar, salga que salga el sol, por donde salga el sol...



Encajando la vida, sonidos de duelen. Un círculo perfecto....tratando de cerrar ese círculo perfecto. Ahora ya está cerrado.


 
Las mañanas de domingo despertándome con el sonido del saxo. Mi padre ensayando en el garaje. Jazz en el coche en esos viajes interminables...años después comencé a disfrutarlo y esta es una de mis piezas favoritas...



Renacimiento, bailes, teatro, la Casa de Porras, ni un segundo para respirar, las calles empredadadas del Albaicín, el olor a azahar y este Propiñán de Melyor que me acompaña desde entonces. Las vistas a la Alhambra desde el balcón de la Sala de los Espejos del palacete....




Primer año de carrera: Pulp fiction...barril en ciencias el día de la cruz...el Camborio, Peatón, El Son, La Estrella, el Enano Rojo....



Ayer me recordaron que nuestra seño de música se llamaba Carmen Ross. Mi mejor amiga del cole, Ana, decidió hacer un trabajo para ella sobre Loquillo. A la mujer casi la da algo. Pero allí salimos las dos, a la pizarra, para hacer un comentario sobre "Yo para ser feliz quiero un camión"


La banda sonora original más emblemática de cuando estábamos en el cole...Madonna.



La canción que más recuerdo de mi paso por la coral Federico García Lorca...


La primera canción que chapurreé. Dice mi madre que yo tenía unos dos años y cantaba el estrillo perfectamente... ¡lo que son las cosas!. Años despues ha puesto sonido al inicio de una de las estapas más bonitas de mi vida....



Viajes en coche durante toda mi infancia. Cruzando el país de norte a sur o de sur a norte. Milladoiro, los verdes prados gallegos, veredas misteriosas que olían a agua...ese cielo siempre gris, siempre lloroso...



Aquaviva, Serrat...las mañanas de domingo cuando me levantaba y era feliz con la sola perspectiva de poder ver la casa de la pradera en la tele ...



1. Mi padre me la cantaba, como si fuese una nana... me la susurraba en el oído para que me durmiese. Y yo jugaba a meter mi uña dentro de la suya...

domingo, 9 de septiembre de 2012

EMMA

Emma recorre segura los pasos que separan su casa del bosque.
Acaba de cumplir seis años y su pelo se mueve acunado por la canción tibia de este otoño que ya se preludia.
 
Está atardeciendo y Emma pisa segura la entrada del bosque. Observa divertida el trasiego de una mariquita y la coge en su dedo. Luego la tira, para que vuelva a su casa. Ríe, y salta, extiende los brazos, se llena de aire, juega a que es un gato con grandes ojos de búho. Grita, canta. Se sienta en el suelo y observa las hojas que comienzan a amarillear. Pronto caerán al suelo y ella pisará ese manto crujiente y derramará palabras mágicas para que los árboles vuelvan a crear hojas verdes.
 
Ahora va saltando, con una flor amarilla en la mano. A Emma le gustaba el morado, pero ahora su color favorito es el amarillo. Como el sol. Como ese sol que le baña la frente, que la hace brillar y gritar de placer.
 
Emma canta su canción secreta. Esa que le regaló la luna una noche olvidada, cuando tuvo miedo. Ahora la canta cada vez que se siente sola y todo vuelve a llenarse de color. Inventa rimas imposibles para animar a los árboles que parecen inclinarse y saludarla.
 
Pronto llegará a su destino. Ya puede ver ese árbol retorcido y negro que parece una herida en la inmensidad del verde bosque. A ella le gusta pensar que es el más viejecito de todos los árboles y que se conoce todas las historias del mundo. Por fortuna, solo se las cuenta a ella y se convierten en un secreto. Un secreto oculto en el corazón del bosque, en la memoria de Emma.
 
Cuidadosa escarba con sus manitas un pequeño agujero. No le cuesta demasiado trabajo, es un hoyo que remueve cada cierto tiempo. Y la tierra está blanda y húmeda. Es su escondite, su más preciado secreto. Ni siquiera lo comparte con su madre. Es solo suyo, solo de Emma. De Emma y el bosque. Es un hoyo especial. Lo creó un día de verano y la idea se la susurró una mariposa despistada. Batiendo sus pequeñas alas contra la brisa, se acercó a la oreja de la niña y le habló. Le hizo cosquillas y se despidió con un suave beso en la frente.
 
Y Emma se dirigió al bosque y buscó un lugar mágico, custodiado por un viejo árbol sordo y ciego. Allí escarbó un hoyo y allí sepulta todos sus miedos. Los encierra bajo tierra, para que no puedan volver a brotar. Visita el hoyo con cierta asiduidad. Remueve la tierra con cuidado para que no salgan los miedos enterrados. Todos están allí: su miedo al monstruo que campa a sus anchas en la habitación de abajo, el miedo al viento enfadado que golpea las ventanas en las noches de invierno, miedo a las sombras que surgen de lo oscuro, miedo a que mamá no esté...Luego convoca a sus amigas las hadas y con cinco palabras mágicas que custodia en su memoria, Emma sella el hoyo.
 
Hoy ha tenido una pesadilla. Un sueño feo. No lo recuerda demasiado bien, así que Emma ha encerrado un miedo impreciso en el seno del bosque. Miedo a soñar cosas feas. Tapa el hoyo, se despide de sus amigas las hadas, besa el tronco rugoso del guardián sordo y ciego y aplaude contenta.
 
Vuelve saltando a su casa. El sol está a punto de ponerse y no quiere que su madre se preocupe. Está feliz, canta y baila. Sus manos se agitan porque ahora es un pájaro. Y vuela ágil con la seguridad de que esta noche, no va a tener un sueño feo.

sábado, 8 de septiembre de 2012

La cama vacía

 
Me gusta dormir con la ventana abierta. De pequeña no podía soportarlo. Pero ahora me gusta sentir a esa luna despistada que se cuela sobre mi piel. Así recibo el olor del bosque y me duermo con el murmullo de la madera en mi cabeza.
 
Me dedico a tallar madera. Es un oficio que heredé de mi abuela. Solía pasar los largos veranos con ella y aprendí a esculpirla y a pasar el tiempo. A veces tengo la cabeza tan llena de cosas que necesito vaciarla. Y la madera me ayuda. Elijo un trozo, lo estudio, lo observo y luego lo libero. Tienen alma ¿sabéis?, los trozos de madera poseen vida propia y cada cuál elige su destino si tiene la suerte de dar con las manos apropiadas. Unas manos que la liberen.
 
He tallado peces, árboles, lobos, osos, gansos, personas...niños pequeños, mujeres alegres, hombres borrachos. He tallado el lamento del viento y la laxitud de este otoño que comienza. La cadencia de la primavera y las prisas de un verano que tarde en irse. La seriedad del invierno. He tallado besos, también despedidas. También he tallado aromas y la caricia de la luna sobre mi piel desnuda. Pero mi obra maestra sin duda es mi cama.
 
Un día vi un árbol derrumbado, era un anciano que pertenecía al bosque. Era inmenso y yo tallo cosas pequeñas. Pero me sedujo y yo no pude escapar a sus palabras: "libérame y a cambio te prometo que nunca te sentirás sola". Me costó la vida transportarlo a casa y comencé a trabajarlo. Me hice mil heridas y transcurrieron más de cien noches. Pero al final, ese amigo milenario se convirtió en mi cama.

En cuanto me tumbé sobre sus huesos me sentí segura. Me sobraba todo y cualquier abrazo me resultaba demasiado asfixiante. Me gustaba extender mis brazos y mis piernas y aquel árbol anciano cumplió su promesa, pues nunca más me sentí sola.
 
Pero un día tocaron a mi puerta. Era un hombre cubierto de sol. Olía a viento y a mar. No soy amiga de recibir visitas, mi trabajo me absorbe por completo....pero me perdí en sus ojos y le invité a un café. Tallo madera, yo tallo madera. Pero confieso que en sus brazos me libero. Y me siento madera. Espíritu que se libera gracias a las manos apropiadas.
 
Sentí cierto pudor la primera noche que compartió mi cama. Mi viejo amigo milenario se resintió y crujieron sus huesos. Y cuando ese hombre dorado se iba antes de que surgiera el primer rayo de sol, sentía la caricia del alma de madera. "No te preocupes pequeña, no estás sola". Al principio esa caricia me arropaba y yo me dejaba envolver por la canción de su voz marchita. Pero pronto eso ya no fue suficiente.
 
Me he acostumbrado al sonido de un corazón sobre mi espalda. A esa mano que me libera de todas las pesadillas, al sonido del aliento sobre mi nuca. Su aliento. A la batalla impetuosa que se libra cada mañana, cuando sus ganas y mi deseo se funden en uno. Y no hay sonido más hermoso que el jadeo final de los que se aman. Me he acostumbrado a los besos tibios que preludian la necesidad de sentir que nuestra piel se funde, se agita, se altera. Al agua que nos baña, a la luna que nos cobija. A nuestros cuerpos hermosos henchiDos de placer. Al sonido de las caricias.
 
No me he enfadado con mi amigo milenario por haber incumplido su promesa. Hay fuerzas que doblegan voluntades y su abrazo inmaterial se ha rendido al calor del abrazo de mi hombre dorado. A veces gime y cruje para recordarme que sus huesos siguen ahí, soportándome. Y yo sonrío, con las ventanas de mi habitación abierta, con la pálida luz de la luna bañando mi piel desnuda y con la sensación de que cada vez que te vas, mi cama está vacía.