Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

jueves, 13 de octubre de 2011

TANGO

Llego a ese tugurio que apesta a tabaco. El sudor me resbala y empapa mi camisa blanca.
La misma mesa. Me siento en la misma mesa.
- ¿Lo de siempre? -la pelirroja ya ni siquiera me sonríe. Asiento. Quiero ron.
Llego pronto, como siempre. Me quito el sombrero y me dispongo a la espera. Dulce y amarga espera. Siempre es lo mismo; los nervios me encogen al estómago: ¿vendrá?. Nunca ha faltado a su cita, pero el escenario vacío me recuerda su ausencia.
Hay poca luz. Es una luz sucia que lo difumina todo. Pero la figura de él se pronuncia en mitad de esa escena vacía. Él. Un hombre fibroso, alto, moreno. Atractivo. No mira a nadie, consciente de que todas los ojos están fijos en él. Evalúa sus pasos milimétricamente y toma el centro de una escena que permanece vacía. Me concentro en mirarle y me pregunto si sabe que una vez más deseo matarle. Quiero matarle y al mismo tiempo le necesito.
La luz de escena comienza a apagarse. Los murmullos se ahogan. La pelirroja me sirve mi tercer ron a palo seco. Me quito el sombrero para recibir a la flaca. Ella penetra con la mirada perdida, como siempre. Viste de negro un vestido ajustado incapaz de pronunciar unas curvas que no existen. La espalda al descubierto muestra la perfección de sus huesos. La flaca lleva el pelo muy prieto, repeinado y brillante. Puedo oler desde aquí la fragancia de su colonia. La flaca me toma una noche más.
Y comienza el espectáculo. Tango, tango arrastrado. Tango que fluye mostrando una batalla infatigable de piernas que rompen el aire de este tugurio sucio. La flaca desliza despacio su pierna desnuda sobre la pantorrilla de su compañero. Quiero matarle y al mismo tiempo él es quién me permite sentir a la flaca en mi propia pierna. Juega despacio y luego aprisiona con su larguísima pierna el muslo del hombre. Cae hacia atrás sostenida por una mano que debería ser la mía y muestra victoriosa su cuello inmaculado. Su mano recorre caprichosa el torso del macho. Y él encendido acerca su boca al cuello de la flaca.
Tango, tango feroz. Lucha entre iguales con armas muy diferentes. Ella serpentea bajo la luz mortecina de este tugurio y él, conciso, recibe la embestida de este tango arrabalero. Tango triste, tango que desnuda el alma. Tango que desea seguir mientras expira. Y yo miro.
Tango deshilvanado, cadencia desordenada de notas. Tango que permites que cada noche observe como la flaca se deshace y se arma. La recuerdo siendo una chiquilla de apenas catorce años.
- Ha nacido para el tango -susurraban los más viejos de ese tugurio gris.
Una chiquilla desgarbada que jugaba bailando tangos. Pero ahora es una mujer. Mujer de tango que pareciendo sumisa, ordena.
Su fragancia es la misma que hace años. Su tango es más triste, más fuerte, más intenso... su tango cautiva. Da igual con quién lo baile. He querido matar a todos los hombres que posaban su mano en la espalda desnuda de mi flaca. Pero ellos me permiten acariciarla en mi mente y en mi memoria. Y por eso los permito. Y por eso no bailo un tango con ella. Para imaginármela.
Ya termina el tango. Ya se susurra la última nota a este aire que huele a sucio. Él la vuelca, sobre su pierna, ella se derrama hacia atrás, mostrando generosa su cuello. Pero ella no es de nadie. Sus ojos se posan apenas un segundo en mí. Como aquella primera vez que lo hicieron, hace ya veinticinco años. Me mira. Me apresa. Saluda y se va.
Pero yo no la sigo. Prefiero seguir imaginándomela.