Una forma diferente de mirar el mundo...

Cerramos con postigos las ventanas de nuestras mentes.
Encerramos y sometimos a los pensamientos de mil formas diferentes.
Y ellos encontraron una alternativa para brotar libres.-

lunes, 13 de junio de 2011

NADINE

Me duele terriblemente la cabeza, es la cuarta pastilla que me tomo en menos de dos horas y nada. No consigo que este maldito martillo deje de torturarme. Y cuando me agacho a limpiar estas malditas manchas, es peor. El dolor se hace más agudo.
Temo abrir la ventana por si alguien me ve, pero el aire frío de esta noche de otoño me irá bien, estoy seguro. Desde esta ventana contemplo la ventana de mi habitación. Está justo en frente. Fantaseo con la idea de que en alguna de estas noches pasadas Nadine me haya observado furtivamente, igual que yo hacía con ella a todas horas.
No sé exactamente que es lo que me llamó la atención de Nadine. Su pelo alborotado, sucio y mugriento olía a palomitas y a tabaco. Las primeras veces cuando entraba a mi tienda a pedirme chicles de sandía, me producía una oleada de naúseas que difícilmente podía controlar. Pero un buen día, ese rastro de olor nauseabundo comenzó a producirme una suerte de placer que probablemente aguijoneó la curiosidad que ya sentía hacia su persona.
Nunca había conocido a nadie como ella, tan desastradamente perfecta. Su cuerpo parecía una sinfonía caótica. Como si alguién hubiese decidio hacer un puzzle compuesto por los pedazos más desagradables jamás imaginados. Su cabeza era increíblemente pequeña y escuálida. Su cuello excesivamente largo y voluminoso. Su tronco era totalmente cilíndrico y apenas se insinuaban dos pechos que caían asimétricos, pues Nadine era reacia a usar sujetador. Jamás me lo dijo, en realidad, jamás habló conmigo salvo para pedirme esos chicles de sandía que consumía compulsivamente. Pero yo lo sabía. A través de la ventana de mi habitación podía observar la colada que tendía en el lavadero. Nadine no usaba bragas ni sujetadores. Esa cualidad de ella me excitaba hasta extremos totalmente inimaginables y había momentos en que me daba miedo a mí mismo debido a la profundidad de mis deseos.
Sus brazos en cambio, eran flacos como alambres y terminaban en unas manitas pequeñas y rechonchuelas. ¡Ay, Nadine! ¡Cuántas noches soñaba con tus manos enredadas en el vello de mi pecho!. A veces me despertaba y tenía que volver a coger mis prismáticos para cerciorarme de que no habías abandonado tu cama para recorrer esos metros que nos separaban. Así de intensas notaba tus caricias, aunque tú ni siquiera sabías mi nombre.
Las caderas de Nadine eran voluminosas y me recordaba al andar a un hipopótamo. Sus cortas y delgadas piernas apenas eran capaces de sostener el peso de semejantes caderas y eso le producía una leve cojera que avivaba mis fantasías con Nadine en la cama. Alguna vez estuve a punto de confesárselo pero me quedaba totalmente hipnotizado, hechizado bajo el embrujo de su presencia en mi pulcra tienda. Una tienda de barrio, de esas de toda la vida. Una tienda oscura, que se iluminaba cuando ella me exigía, sin ni siquiera saludarme, su ración diaria de chicles de sandía. ¡Ay, Nadine! ¡Nadine, Nadine!.
Y su trasero, el trasero de Nadine... no existen palabras para definirlo. Era un trasero cubista, como un buen cuadro de Picasso. Una composición de la naturaleza única y original. Una hermosa obra de arte que yo imaginaba sobre mí, meciéndose al ritmo de un deseo salvaje. Y su trasero ya no era un trasero, se convertía en un culo que yo pellizcaba con frenética desesperación. Todo en mis fantasías, claro. Algunas noches tenía la suerte de poder contemplar su generoso trasero, pues a Nadine le encantaba dormir boca bajo.
Todo en Nadine era perfección desordenada y por ello, perfección infinita.
Aún recuerdo cuando mi pequeña Nadine comenzó a mutar. Una tarde entró en mi tienda. No me sorprendió tanto su comedido "hola, buenos días", ni siquiera que se llevase chicles de hierbabuena, en vez de los de sandía... no fue tanto eso como que, su pelo, su sucio pelo maloliente que a mi me producía verdaderas oleadas de placer y deseo, ya no olía a palomitas quemadas y a tabaco. Olía bien. Olía a rosas. Y lo llevaba perfectamente peinado. Brillaba, relucía, mostrando un insultante tono cobrizo que me hizo vomitar allí mismo, sin darme tiempo de llegar al cuarto de baño. Nadine jamás volvió a pisar mi tienda, pero yo la observaba, día y noche.
Mi pequeña Nadine cambiaba a un ritmo vertiginoso. Su resumido tendedero comenzó a poblarse de ropa extraña y de lencería de todos los tipos y colores, toda conjuntada. A veces tenía que sujetarme el corazón contra el pecho por miedo a que me diese un infarto.
Su cuerpo comenzó a cambiar al mismo ritmo que su casa, que ahora estaba siempre ordenada y decorada con un gusto impecable. Mi hermosa Nadine se transformó en una bestia extraña, en un ser repulsivo que incluso podría haber pasado por bello ante los ojos de los demás.
Varias veces observé a los hombres volverse para piropear a mi Nadine, cuyas curvas ahora lucían casi perfectas en un cuerpo adornado por toda clase de ropas que ocultaban a mi verdadero amor.
Aceites, cremas, desodorantes y otros productos cuya existencia desconocía mi pequeña Nadine, ahora cubrían las estanterías de su cuarto de baño.
Y ahora, mientras limpio los últimos restos de sangre de Nadine, me pregunto a mí mismo cual fue la gota que colmó el vaso: si verla entrar en su reluciente apartamento de la mano de otro o saber que jamás me había amado.

jueves, 9 de junio de 2011

ATRÁS NI PARA TOMAR IMPULSO

Dice una frase famosilla.
Y eso pienso yo hoy; hoy que he cumplido un año más (bueno y un día). Y si valoro el año no me queda otra que admitir que ha sido uno de los mejores de mi vida, porque ha sido especialmente duro y es en los momentos de crisis cuando uno más aprende y más crece.
A día de hoy y tal y como puse el otro día en mi particular diario de bitácora, por más que me rebusco en las entrañas no encuentro ni una pizca de rencor. Y es que quién siente rencor, se somete a la más terrible de las esclavitudes. Y oye, que es verdad de la buena, que esta vida son dos días y quién se ancla en el pasado y no hace más que darle vueltas a las cosas y echar culpas a las espaldas de los demás o de uno mismo, no hace sino desperdiciarlos.
Hace unos meses me puse como meta aprender a disfrutar de lo que hago y con lo que hago. Y quién me conoce sabe que me concentro en cumplir todas mis metas. A veces lo logro, a veces no, pero en este caso era una cuestión importante.
Si os dijera que mi objetivo está cumplido, mentiría. Aún me queda mucho por hacer y mucho por disfrutar. Y sobre todo mucho por aprender y admirar. Pero estoy en el buen camino, de eso no tengo la menor duda.
Consejos los justos, no me gusta darlos y odio recibirlos (soy de esas que aprende a fuerza de tropiezos) pero no puedo evitar desear para los demás lo que poco a poco voy consiguiendo para mi misma: la libertad de no atarse con las cadenas del rencor, la felicidad de sentirse a gusto con uno mismo, admirando las cualidades del resto y la tranquilidad de dormir bien por las noches sabiendo que has hecho lo que puedes y que eso es suficiente.